jueves, 23 de septiembre de 2010

Celosía


El sol ya había caído, y el calor era más soportable. La brisa, calmaba los sentidos y el corazón. Bajo un cielo de colores infinitos color pastel. Sin sol. Sin embargo no reduje el paso. Shihâb galopaba con fuerza. Guiada por mis ansias de libertad. La arena levantándose a cada zancada, parecía formar una estela ocre que quedaba tras nuestro avance. El fino vestido de delicados colores se pegaba a mi piel. Mis sentidos se agudizaron al cerrar los ojos. Guiada por el influjo del viento y la percusión del animal.
Me tumbé sobre su lomo, y mi cara quedó sobre sus crines negras. Las acariciaba sintiendo el calor que procedía de su piel.
Abrí los ojos de nuevo, y me di cuenta de que nos habíamos parado. Miré hacia delante y allí estaba él..
- ¿Qué haces aquí? ¿Cómo has conseguido penetrar..?
- ¿En tu ilusión? –una sonrisa de aburrimiento se cinceló en su rostro- Es algo muy sencillo, querida. Los sellos, aunque correctos, no estaban lo suficientemente perfectos. Aunque el estilo me ha sorprendido, te sigue faltando técnica.
Frente a mí, un hombre de ojos oscuros y cabellos negros, vestido con atuendo de sedas blancas, como las mías. Sobre su caballo blanco. Pero no era él.
La brisa parecía distorsionarse por momentos. Y aunque aún no había empezado la degeneración de mi espacio, los colores, los olores, la calidez de Shihâb, se fueron diluyendo. Lo sentía. En breves momentos, comenzaría la desfiguración. Y aún no estaba preparada para enfrentarme a la realidad.
- ¿Es así como te ves? La verdad es que siempre te he considerado una mujer emotiva, te delata tu pasión y tu rabia. Pero no creía que fueras tan romántica. Esta mezcla de tonalidades y olores, es cómo sumergirse en un lamento melancólico árabe. No sabía que soñabas con algo así. Ni con una tú así..
- Siempre te ha faltado el sentido de la percepción emocional. La Maestra siempre ha tenido razón. Tu cinismo no te permite traspasar el umbral. Pronto el velo será más grueso a tu alrededor, porque tus ideas preconcebidas a golpe de estereotipo no te dejarán más que ver la realidad que tú atribuyes al resto.
- Es hora de volver, Sombra.
Su sonrisa había desaparecido por completo. La ilusión que había creado, y le hacía parecerse al ser que esperaba en este reino, se quebró por completo. Volvía a ser el ser que había enroscado su cuerpo entorno al mío como la cobra que era. Asfixiándome.
- Veo que la ilusión de lo que esperabas ver, ha caído a tus pies. –Se miró, mientras sus ropas volvían a ser las de siempre. Traje negro, camisa blanca. Sonrisa siniestra. Mirada osada. Mente cuadrada..-. Consigues con tus ilusiones dotar de misticismo a alguien como yo. No debo parecer tan malo. Tus artes no son tan buenas.
- ¿Eso crees?
El cielo se había vuelto negro. Lleno de polución. Sin estrellas, sin colores, sin esperanza. Él ya era el de siempre, y yo.. no tardaría en mostrarme de nuevo.
La arena, era ya frío y sucio cemento. Y en el horizonte, ya no estaba aquella luna enorme y roja. La niebla era lo único cercano que comenzaba a aparecer entre nosotros.
- Aún no estás hablando con Sombra.
Tirando de las riendas dando la espalda a la realidad que no aceptaba en estos instantes, comencé a galopar a través de esa atmósfera, que no cesaba de dibujar edificios de metal en lo que fue mi paraíso. Escapando de él y de mí.
El viento frío erosionaba mi piel y mis ropajes, como cuchillas. El corazón volvía a aletargarse, y aunque la velocidad aumentaba, no corríamos tanto como él.
Algo tiró fuertemente de mí, y un golpe enérgico pareció romperme la espalda contra el suelo. Y luego solo hubo oscuridad. Yhared había desaparecido.
Abrí los ojos. Él estaba de pie a mi lado. El ruido de las sirenas, los gritos, el tráfico insolente a cualquier hora, el hedor a resentimiento y la rabia.
Mis ropajes de colores se habían convertido en un vestido gris ceniciento. El color de mi piel, había desaparecido, y tan sólo el blanco cincelaba mi cuerpo. Y las lágrimas volvían a teñirlo todo. El velo había caído. Yo había sido arrancada de mi ilusión, para estamparme sobre el charco de desolación que ahora mojaba mi cuerpo. La sonrisa cínica se cinceló en mis labios, y la autocompasión y el tedio volvieron a envolverme de nuevo. Y mientras todo aquello me golpeaba de nuevo en el estómago, sintiendo unas ganas horribles de vomitar mi vida misma, él seguía ahí. De pie. A mi lado. Con su mirada compasiva, su sonrisa cínica, sus manos en los bolsillo, y uno de sus trajes de armani , como si estuviera de vuelta de todo. Complacido con la imagen que ahora veía ante sí. En ese instante le odié como nunca. Y aunque las lágrimas no cesaban de fluir, marqué más mi sonrisa. Y algo tuvo que ver, porque por un instante, la suya se desvaneció y en sus ojos pude ver el brillo del miedo, y fue en ese ínfimo instante, cuando supe que le había alcanzado.

Continuación.. Realidad 2.0

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