martes, 12 de octubre de 2010

Pornomancy



Comenzaba a preparar mi mente para la próxima visita. Tirada desnuda sobre la alfombra persa carmesí, de mi ático. Cubierta tan sólo con un tul de raso negro traslúcido que dejaba al descubierto mis redondeados senos, con el pelo negro extendido en torno a mi, miraba sin ver. Más allá de los televisores de plasma de diferentes tamaños, insertados en las paredes y techo, sin orden ni concierto, en el que cada una era una representación de un concepto. Una fantasía. Una desviación…
Desde refinadas elaboraciones llenas de fetichismo extremo por parte del maestro A. Blake, pasando por películas míticas de la época del destape en el que la insinuación se mezclaban generosa y exigentemente con la necesidad tanto tiempo censurada, una película bastante desconocida rescatada de un viejo videoclub de una actriz porno llamada Daphnee Lee, hasta escenas mucho más explícitas y un poco más burdas de invertida moralidad. Los jadeos, los gritos, los golpes, el dolor, el éxtasis se introducen en mi mente, y me alteran el cuerpo. La mezcla de olores de lubricantes, látex, cera, sudor y fluidos finalizan la preparación. El grado de excitación es óptimo. La Diosa está ahora conmigo.
Me incorporo, dejando que el tul caiga a mis pies, mientras me acerco a por la copa de vino que tenía preparada para ese momento, sobre la única mesa que hay en la estancia.
Mientras paseo con ella en la mano, pienso con desgana quién será el próximo visitante. Generalmente contacto con ellos a través de una dirección web. Tras los filtros necesarios, y a lo que consigo extraer de sus palabras a través de sus máscaras, ya matizo el ambiente y la persona que ellos desean que les reciban. Pero este es diferente. Sus palabras fueron concisas en extremo. Simplemente la hora en la que pasaría. Las 00:00. A pesar de la experiencia, me encuentro ansiosa. Casi como en lo que descubriría poco tiempo después a lo largo de esa cita, acerca de mi despertar.
Un escalofrío me recorre espalda y el vello se me pone de punta. Recojo el tul y lo atao alrededor de las caderas mientras recuerdo aquella noche.
Había sido hace diez años. Cuando tenía sólo dieciséis. Había quedado con Kev para lo típico. Huir de una desestructurada familia (si es que a un padre borracho, una madre desaparecida y un hermano yonki podría considerarse familia), de un piso roído lleno de mierda y humedad, y montármelo con el tipo que había conocido mientras iba una mañana al instituto de nuevo con un ojo morado. El típico tío duro, vestido de cuero que no me sacaba menos de diez años y que me abordó con promesas de sexo, drogas y rock and roll.
No. No fue acostándome con él en el asiento trasero de su coche. Hecho que pasó sin mucha pena ni gloria, por más que él se jactara de lo contrario.
Todo pasó cuando me dejó a unas manzanas de casa.
Mientras encendía un cigarrillo intentado robar algo de tiempo a mi vida, tres tipos altos y fuertes me rodearon. Me llevaron a un callejón por la fuerza y se “ocuparon” de mí. Cuando terminaron, mientras se subían los calzoncillos y los pantalones, con el telón de fondo del denso tráfico de la ciudad, les miré. Y cuando lo hice, ellos dieron instintivamente un paso hacia atrás, ante la imagen que debía manifestar. A pesar de las ropas desgarradas, la ausencia de ropa interior, y los fluidos de los cuatro entre los muslos y en el rostro, vieron en mi mirada algo que les hizo temer. No supe qué pasó después. Sólo recuerdo sus cuerpos desnudos apoyados contra la pared con los cuellos rotos, y los genitales destrozados.
Esa imagen me hace sonreír.
Miro la copa vacía y la lamo perdida en su ensoñación.
El timbre sonó.
Volví a dejar la copa ya vacía sobre la mesita y pulsando un discreto botón negro al lado de una de las televisiones, hice que estas quedaran ocultas bajo un cristal negro brillante en el que pude ver perfectamente el reflejo de mi desnudez.
¿Qué tipo sería esta vez? ¿Qué desearía encontrarse? Pensé con rapidez en trasformarme en una delicada mujer nórdica de pelo rubio y liso y ojos azules, o en una mujer mulata de labios intensos y culo potente, o tal vez una mujer oriental que le mirara con ojos complacientes desde abajo… no supe qué identidad adquirir. Y por una vez, mostré mi propia imagen.
Abrí la puerta y no me esperé lo que vi.
Una chica joven pelirroja. De piel blanca y pelo rizado hasta la cintura, cara con forma de fresa con pecas, de profundos ojos verdes, nariz pequeña y labios grandes y sonrosados. Era más bien baja, pero su vestido de tirantes holgado insinuaba un cuerpo bien proporcionado. Su escote era discreto, pero se apreciaban sus pequeños senos que carecían de sujetador y sus caderas bien formadas. Los tacones de aguja contorneaban sus piernas.
Cuando volví de mi análisis hasta sus ojos, ellos ya me estaban escrutando.
- Bienvenida –dije recomponiendo mi sorpresa-. Disculpa no haber preparado nada, dije echándome a un lado para que pasara al piso en el que sólo estaba la alfombra persa, y las paredes y el techo de cristal negro en el que se reflejaron ahora nuestros cuerpos. He de reconocer por tus palabras que no sabía qué..
- ¿.. Desearía? –dijo osadamente sonriéndome-.
- Mmm.. sí. No imaginé siquiera que fueras mujer. No es que no tenga experiencia con el propio sexo..
- Lo sé –dijo volviendo a cortarme-. Pero no te preocupes. He visto lo que esperaba.- Dijo mirándome de arriba abajo, volviendo a mirarme a los ojos con los suyos-. Yo te guiaré en lo que deseo.
Tragué saliva inquieta.
Se sentó en el suelo frente a mí, mientras se quitaba el vestido. Estaba completamente desnuda. Salvo una liga blanca en su pierna derecha. Su cuerpo al igual que su cara estaba cubierto de pecas.
Hice lo mismo y me senté frente a ella.
- No suele ser lo normal que..
- ¿Te guíen?... Esta vez será pues .. especial. –dijo enmarcando la palabra de forma extraña-
Me acerqué a ella en una mezcla de rebeldía y excitación y la besé el cuello, intentando recuperar el dominio de la situación.
Su piel era suave y delicada. Y sentí una mezcla de deseo irracional por ella.
Su apariencia era frágil pero su voz tenía más autoridad que la mía..
- Detente.. –dijo sin alterar el tono de su voz, sonriendo levemente-.
He de reconocer que me costó separarme de su contacto.
Se levantó y cuando iba a hacer lo mismo hizo un pequeño gesto y me quedé donde estaba. Cogió el tul que había rodeado mi cuerpo, lo olió cerrando los ojos y se pudo de cuclillas detrás de mí mientras me vendaba los ojos. Comencé a ver la escena con cierto matiz oscuro. Miraba cómo sus labios sonreían mientras su mirada se clavaba fijamente en la mía a través del cristal de la pared que tenía delante.
- Te voy a mostrar algo… -me susurró rozándome el lóbulo de la oreja bajando por el cuello- Pero si te quitas la venda habrá acabado el juego. ¿De acuerdo?
Jadeé involuntariamente ante su doble contacto.
- Si.. –pude decir al fin.-
Se sentó pegando su cálido cuerpo contra mi espalda, pudiendo sentir sus senos y su vientre sobre mí. Me abrazó y me atrajo un poco más hacia su cuerpo rodeándome con sus piernas.
- Ahora.. ¡Mira!
En ese momento la estancia cambió.
Desaparecieron los cristales negros y aparecieron los televisores de detrás de ellos. Pero en vez de tener mi variada y estudiada estimulación sensorial, la imagen que se repetía en cada uno de esos televisores me dejó sin aliento.
Había una chica joven, bastante mal vestida, con minifalda vaquera, camiseta de tirantes negra y chupa de cuero. Estaba follando con su novio. Un tío mayor, bastante mediocre en una explanada en la parte de atrás de su coche.
- Pero.. ¿Qué….?
- Silencio. –dijo agarrándome del cuello mientras se frotaba contra mí.- No dejes de mirar-.
Aún con el tul puesto veía con bastante nitidez la escena.
Me revolví ansiosa en su abrazo e intenté deshacerme de él. No pude. No podía explicar lo que estaba viendo, y mucho menos la fuerza que provenía de ella.
- ¿Quién eres..?
- Silencio. – Al decirlo tiró de mi pelo hacia atrás haciendo que cambiara de televisor en el que ver la secuencia. Seguí viendo todo aquello a través del plasma gigante que tenía en el techo.
El viaje en coche. De nuevo a unas manzanas de mi antiguo barrio. El pecho comenzaba a golpearme fuerte en el pecho. Era el preámbulo de aquella noche.
Ahora jadeaba de terror.
- Aprende –dijo-.
Mi ex me dejó allí. Yo me encendí un cigarrillo y de pronto tuve a mis violadores ante mí. Pero todo cambió en un instante.
Lo que me parecieron tipos vulgares mirándolo ahora, a través de ese tul, distaba mucho de aquella vaga impresión.
Había un detalle de la captura que nunca supe cómo había sido.
Pensé que me habían amenazado con navajas o algo así, pero ahora les veía y no llevaban nada. Aún así me arrastraron hacia el oscuro y mojado callejón. Es allí dónde me enseñaron con golpes y sexo a ser lo que ahora era.
Cuando toda la escena terminó, cuando se hubieron saciado de la joven, vi a los tipos sonriendo y parecían estar cubiertos de un halo mágico, ella cerró los ojos y cuando los abrió, no me reconocí en esa mirada.
De pronto mis ojos negros cubiertos de sangre, se habían convertido en unos profundos y grandes ojos verdes y mis labios rojizos sonreían mientras me alzaba imponente ante ellos con ADN de ellos resbalando por mi barbilla.
Sus miradas cambiaron. Hicieron unos gestos que no supe comprender, y como por arte de magia acabé golpeándome contra la pared. Pero ese rostro extraño al mío sonreía y no cesaba de mirarles. Como la grabación no tenía sonido no pude ver lo que ese extraño yo les decía, pero ellos acabaron cayendo sobre sus rodillas ante mí. Me acerqué a cada uno, y ahora la imagen pareció adelantarse a la de la pantalla, porque en mi mente surgió un recuerdo que había quedado enterrado desde aquella noche. Me puse delante de cada uno sonriendo. Toqué con los dedos sus frentes, pero llegué mucho más dentro. A sus cerebros, y tras unos instantes en los que sentí una electricidad recorrer todo mi cuerpo hasta llegar a colisionar en sus redes neuronales, una orden se instauró en sus cerebros y automáticamente, con sus propias manos hicieron girar sus cabezas hasta oír hasta tres perfectos crujidos a través de ese silencio, con el telón de fondo de un denso tráfico de la ciudad que pareció activarse en ese momento.
La situación final de ciertas partes íntimas de su anatomía, resultó muchísimo menos arcano…
Cuando acabó la grabación, los plasmas volvieron a tornarse en negro, desaparecieron a través de las cristaleras negras y la presión de la mujer se desvaneció de mi cuerpo al igual que del reflejo de cada una de ellas.
Estaba desnuda. Sentada sobre la alfombra carmesí, con un tul de raso negro cubriéndome los ojos y una sonrisa pintada en mi boca.
Extasiada caí de espaldas sobre la alfombra riendo.
Sería algo que rememoraría cada noche. Al fin y al cabo, poca gente presuponía que hubiera sido tocada por la Diosa.

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