sábado, 8 de junio de 2024

The End... (Flashforward) (Parte 1)

 


Son las dos de la madrugada y estoy recorriendo las incandescentes y caóticas calles de Tokyo en un coche eléctrico de corte deportivo negro. Por primera vez, desde que me “alié” a Unitec, me han permitido hacer algo sola. Para esto he estado allí tantos años. Para esta noche. Mis manos recubiertas con guantes negros de cuero se adhieren con más fuerza de la que debieran al volante y mi corazón está a punto de estallar. Es un fallo en el que nadie parece reparar a estas alturas de la película. Todos nos arriesgamos mucho esta noche. El viejo el primero. El Sr Kiyoshi me está monitoreando completamente desde los Jardines Kyoto. Probablemente sentado en el mismo banco donde aquella noche el plan comenzó, en compañía de mi estimada maestra en El Pulso Rojo. Su recuerdo hace que mi mirada brille y me humedezca un poco más de la que ya estoy. Y eso me asquea. Ellos han jugado con las emociones reprimidas que he mantenido hacia él.. desde su traición y las han potenciado, para que caiga en la red que han tejido. Desean hundir a Overlooker y yo voy a ser su daga.

Me miro en los espejos cruzados que tengo sobre mi cabeza e intento recuperar algo del autocontrol que va desapareciendo cuanto más cerca del punto de encuentro me voy sintiendo. Un destello en mi ojo izquierdo, hace que me centre en seguir las indicaciones de la asistenta electrónica del coche. Mi rostro blanquecino está perfectamente maquillado. Como una de esas actrices de los años 40, mirada con un dramático ahumado negro, pómulos marcados y labios carmesís. Mi cabello negro, ondulado y suelto por fin, exuberante, cae sobre mis níveos hombros y se desliza sobre mis senos. El corsé carmesí potencia mi blancura de piel y eleva mis senos. Enmarca mi cintura y potencia mis caderas. La falda de tubo negra contornea mi silueta y su pronunciada abertura deja entrever el liguero negro que sujeta la blonda de mis medias. En mis pies, unos pronunciados tacones de aguja metálicos hacen que mis empeines queden prácticamente de una forma provocadoramente vertical. Como si de una decadente bailarina gótica, me tratara. Mis profundos y malditos ojos negros ya no pueden esconder más su fuego y en mi rostro se cincela una sonrisa forzada que contrasta, con la fragilidad que debo mostrar ante mi ex amante.

-          Hotel Grand Hyatt de Tokyo –me susurra con voz contenida la voz de la asistenta – Señorita Leah, ha llegado a su destino -. Ese nombre, mi nombre, vuelve a imbuir en mi cuerpo una excitación brutal. Reactivamente, mi cuerpo se yergue en el asiento de cuero blanco mientras reduzco la velocidad para comenzar el trayecto hasta mi destino.

Te lo debo. Decía su nota de su puño y letra. Hotel Grand Hyatt.

La imagen de su rostro y sus ojos grises llenos de deseo, aparecen ante mí, donde por un brevísimo instante de tiempo, parece acontecer en mi cuerpo, la petite mort, reactivamente.

Con un esfuerzo intenso de autocontrol, alzo la mirada y veo la imponente mole que tengo ante mí.  El Hotel Grand Hyatt. Con su estructura de obsidiana negra con forma de hache de un centenar de pisos. Cuyos contornos son recorridos por luces rojas de neón que enmarcan su silueta con movimientos constantes y sinuosos. Sonrío cínica ante mi homónima personificación.

Cuando un botones holográfico aparece a mi lado y me abre la puerta del coche, suelto el volante. Tengo las manos doloridas de la tensión contenida, pero el aire frío de la noche me devuelve al momento presente. Cojo el bolso de mano y cuando mis tacones negros tocan por fin el asfalto, su voz golpea mi oído izquierdo.

-          Señorita Leah, disfrute de su merecida venganza. Tenemos hombres cerca de ud, tan solo indíquenos la palabra en clave y la sacaremos de allí cuando haya terminado su misión. – breve silencio-. Si no, lamentaremos que deba utilizar la opción secundaria.

Recorro con mis guantes mis caderas y ajusto un poco más el corsé que apenas me deja respirar, enmarcando aún más mis senos, como sé que tanto le gustaba verlos, cuando me arrodillaba ante él. Subiendo lenta y sinuosamente las escaleras del hotel, mis labios repiten en completo silencio, la frase que hace dos años me lanzaste en aquella grabación. Cuando matabas totalmente empalmado con tus manos desnudas, a mi antecesora, mirándome a mí.

-          Voy a por ti.

 



 

 


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