Son las dos de la madrugada y estoy recorriendo las incandescentes
y caóticas calles de Tokyo en un coche eléctrico de corte deportivo negro. Por
primera vez, desde que me “alié” a Unitec, me han permitido hacer algo sola.
Para esto he estado allí tantos años. Para esta noche. Mis manos recubiertas con
guantes negros de cuero se adhieren con más fuerza de la que debieran al
volante y mi corazón está a punto de estallar. Es un fallo en el que nadie
parece reparar a estas alturas de la película. Todos nos arriesgamos mucho esta
noche. El viejo el primero. El Sr Kiyoshi me está monitoreando completamente
desde los Jardines Kyoto. Probablemente sentado en el mismo banco donde aquella
noche el plan comenzó, en compañía de mi estimada maestra en El Pulso Rojo. Su
recuerdo hace que mi mirada brille y me humedezca un poco más de la que ya
estoy. Y eso me asquea. Ellos han jugado con las emociones reprimidas
que he mantenido hacia él.. desde su traición y las han potenciado, para que
caiga en la red que han tejido. Desean hundir a Overlooker y yo voy a ser su
daga.
Me miro en los espejos cruzados que tengo sobre mi cabeza e
intento recuperar algo del autocontrol que va desapareciendo cuanto más cerca
del punto de encuentro me voy sintiendo. Un destello en mi ojo izquierdo, hace
que me centre en seguir las indicaciones de la asistenta electrónica del coche.
Mi rostro blanquecino está perfectamente maquillado. Como una de esas actrices
de los años 40, mirada con un dramático ahumado negro, pómulos marcados y
labios carmesís. Mi cabello negro, ondulado y suelto por fin, exuberante, cae
sobre mis níveos hombros y se desliza sobre mis senos. El corsé carmesí
potencia mi blancura de piel y eleva mis senos. Enmarca mi cintura y potencia
mis caderas. La falda de tubo negra contornea mi silueta y su pronunciada
abertura deja entrever el liguero negro que sujeta la blonda de mis medias. En
mis pies, unos pronunciados tacones de aguja metálicos hacen que mis empeines
queden prácticamente de una forma provocadoramente vertical. Como si de una decadente
bailarina gótica, me tratara. Mis profundos y malditos ojos negros ya no pueden
esconder más su fuego y en mi rostro se cincela una sonrisa forzada que
contrasta, con la fragilidad que debo mostrar ante mi ex amante.
-
Hotel Grand Hyatt de Tokyo –me susurra con voz
contenida la voz de la asistenta – Señorita Leah, ha llegado a su
destino -. Ese nombre, mi nombre, vuelve a imbuir
en mi cuerpo una excitación brutal. Reactivamente, mi cuerpo se yergue en el
asiento de cuero blanco mientras reduzco la velocidad para comenzar el trayecto
hasta mi destino.
Te lo debo. Decía su nota de su puño y letra.
Hotel Grand Hyatt.
La imagen de su rostro y sus ojos grises llenos de deseo,
aparecen ante mí, donde por un brevísimo instante de tiempo, parece acontecer
en mi cuerpo, la petite mort, reactivamente.
Con un esfuerzo intenso de autocontrol, alzo la mirada y veo
la imponente mole que tengo ante mí. El Hotel
Grand Hyatt. Con su estructura de obsidiana negra con forma de hache de un
centenar de pisos. Cuyos contornos son recorridos por luces rojas de neón que enmarcan
su silueta con movimientos constantes y sinuosos. Sonrío cínica ante mi homónima
personificación.
Cuando un botones holográfico aparece a mi lado y me abre la
puerta del coche, suelto el volante. Tengo las manos doloridas de la tensión
contenida, pero el aire frío de la noche me devuelve al momento presente. Cojo
el bolso de mano y cuando mis tacones negros tocan por fin el asfalto, su voz golpea
mi oído izquierdo.
-
Señorita Leah, disfrute de su merecida venganza.
Tenemos hombres cerca de ud, tan solo indíquenos la palabra en clave y la
sacaremos de allí cuando haya terminado su misión. – breve silencio-. Si no,
lamentaremos que deba utilizar la opción secundaria.
Recorro con mis guantes mis caderas y ajusto un poco más el
corsé que apenas me deja respirar, enmarcando aún más mis senos, como sé que
tanto le gustaba verlos, cuando me arrodillaba ante él. Subiendo lenta y sinuosamente
las escaleras del hotel, mis labios repiten en completo silencio, la frase que
hace dos años me lanzaste en aquella grabación. Cuando matabas totalmente
empalmado con tus manos desnudas, a mi antecesora, mirándome a mí.
-
Voy a por ti.
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