miércoles, 4 de enero de 2023

The point of no return




Tras unas semanas de recuperación en las instalaciones médicas de Unitec, en los que únicamente recuerdo breves momentos de vigilia, donde una enfermera con la cara cubierta por una mascarilla con válvula, monitorizaba mis constantes vitales, me dejaron volver a mi apartamento en la zona residencial, alejada de la polis. Mi hogar, era un cuartucho pequeño, con pobre aislamiento, en el último piso de esa mole de setenta pisos de hormigón descascarillado, propia de una república exsoviética. Cinco bloques de edificios de la misma magnitud y estructura, cada uno pintado de un color estridente, que contenía los estratos más bajos de la sociedad de Unitec. Las personas pertenecientes a los gremios de limpieza, mantenimiento y demás obreritos que sustentaban las punteras instalaciones de Unitec, malvivían ahí. Mis amados vecinos. Todos ellos, sabían que ahí residía alguien de peor alcurnia que ellos, por lo que a pesar, de malvivir en las mismas condiciones precarias que yo, el hecho de que alguien estuviera por debajo, les hacía sentir mejor. ¿Cómo culparles?
Cuando abrí la puerta de casa, todo estaba perfectamente desordenado, cosa que según estaban las cosas no me importó. Cerré la puerta  y me senté entre el cúmulo de cosas que me resultaban alienantes. Mi ropa, el cepillo de dientes, la cuchilla de afeitar…
Estando a punto de desmoronarme, vi cómo deslizaron suavemente un pequeño sobre por debajo de la puerta. Aparté forzosamente la vista de la cuchilla y me arrastré como pude hasta él. Una gota roja mancilló ese pequeño sobre dorado con la inicial del señor Kiyoshi, elegantemente cincelada en el lacre rojo que la cerraba. Un leve temblor hizo que se me cayera una vez antes de poder abrirlo.

Veintitrés pm. 
Jardines Kioto
Etiqueta.
K.

Tras una breve ducha, me puse un kimono ceremonial rojo y dorado de raso hasta el tobillo y unos sandalias tradicionales negras. Recogí mi cabello en un moño bajo y clavé un par de palillos negros a modo de sujeción.
A las diez y cincuenta minutos, tocaron a mi puerta y ante mi sorpresa, aguardaban vestidos con sendos kimonos negros y gafas de sol reflectantes carmesís los guardaespaldas personales del Sr. Kiyoshi. Me llevaron en su transporte interurbano, sin puertas, hasta los Jardines Kioto. La transición de paisajes fue bastante abrupta. Una vez dejado atrás “El Complejo”, tras el enorme muro que lo circunda, la altura de los edificios decrece exponencialmente, a la vez que los materiales son más brillantes y cromados. Al girar por una de las calles residenciales con mayores jardines y construcciones más punteras, me doy cuenta de que el silencio parece ser más profundo allí. Tras pasar la última urbanización y recorrer una carretera con varios puntos de seguridad cada pocos metros, llegamos a una verja rojiza, con más seguridad y una garita con cuatro agentes que la custodian con cara de pocos amigos. Tras reducir la velocidad y reconocer a la guardia del Sr Kiyoshi, autorizan el paso y abren inmediatamente la verja carmesí. Mientras la cruzamos, los cuchicheos y las miradas se clavan en mi nuca. La noche ya es cerrada y el frío de Enero, se mete entre mi ropa y siento como se me eriza la piel. Quiero pensar que es por la temperatura, por lo que mi cuerpo se tensiona y la respiración comienza a acelerarse, a medida que nos aproximamos a mi cita de esta noche.
Frena el vehículo, en total silencio. Y el conductor se apea y me abre la puerta sin mirarme. Inmediatamente cuando lo hago, el copiloto me flanquea el otro lado y me llevan hasta él. La luna, preside el cielo en cuarto creciente y el cielo oscuro, está plagado de estrellas brillando en diferentes intensidades.
El señor Kiyoshi se encuentra de espaldas a mí, pero advierte nuestra presencia al instante, se gira y con un gesto apenas perceptible despacha a los guardaespaldas.
A pesar de su estatura media y su cuerpo fibroso, su postura es tan perfecta, que emana un aura de poder que invita a la escucha. Viste un kimono tradicional blanco, con un obi gris oscuro. Los dos únicos elementos que le ubican en el siglo actual, es su visor azul neón, sobre su ojo izquierdo y su katana aumentada en la espalda, que emite, si se está en completo silencio, un murmullo inteligible. Las luces del jardín parecen atenuarse cuando comienza a hablar, como si estuvieran sincronizadas con el tono de su voz.
- Señorita Walker -susurra mientras junta las manos en posición de rezo en el pecho, aludiendo a un nombre que tenía prohibido llevar desde que me acogieron. Me hizo un gesto y nos sentamos uno al lado del otro en un pequeño banco blanco, frente a un estanque del período Asuka, plagado de peces multicolores. Toda una excentricidad-. Agradecemos su colaboración de estos últimos días -continúa, aludiendo al salvaje interrogatorio al que me vi sometida.- Comprenderá que el contacto que tuvo con su anterior organización fue del todo inadmisible y teníamos que cerciorarnos que no tuviéramos un escorpión alojado en nuestro templo. Ya hemos verificado su lealtad y por eso, se merece pasar al siguiente nivel -su mano se posa delicadamente sobre mi pierna izquierda tan rápido y tan superficialmente, que cuando la vuelve a posar sobre su regazo, creo que mi mente me ha jugado una mala pasada. Su venganza para con su anterior organización y en particular con su ex jefe el señor Westermann. A su vez, merece saber, que hemos intentado privarle de su caza, a través de fuentes más fiables. Entenderá que con su historial de traición e implicación emocional con él, era lo más sensato para nosotros, ya que no deja de ser nuestro mayor competidor, del que estamos hablando. Pero no me mire así, señorita Walker, -dice sonriendo condescendiente sin mirarme-, nuestro activo, no ha conseguido llegar a término su misión. Ella, simplemente, no supo pulsar las teclas, que usted debió pulsar. El mismo Jürgen Westermann, se encargó personalmente de ello.
Con su mano izquierda activa su visor y ante nosotros aparece una grabación en primera persona de la mujer que había sido la encargada de seducir a mi ex jefe. La escena que se presentaba antes mis ojos transcurre en un hotel de la City. Más concretamente dentro de un jacuzzi, desde el que se ve la ciudad iluminada a través de las grandes cristaleras en plena noche. Jürgen aparece totalmente desnudo y excitado ante la mujer que le tiende una mano menuda con largas uñas azul neón, que le insta para que se meta con ella dentro del agua. Él la mira -me mira- con sus profundos ojos grises entrecerrados por el deseo, y algo más. Tiene una media sonrisa en un rictus extraño que contrasta fuertemente con la manifestación corporal del deseo que ella ha provocado en su cuerpo, y bajando lentamente los escalones, mientras la mano de ella acaricia su cuello, las fuertes manos de este, se extienden hacia adelante rígidas, al tiempo que me echo hacia atrás, golpeándome con el respaldo del banco y la imagen parece empequeñecer, mientras ella entrecierra los ojos. Está siendo brutalmente estrangulada. Justo en el instante en el que su vida se apaga, a la vez que se para la grabación, escucho la voz de Jürgen jadeando mirándome fijamente. – Voy a por ti.
Cuando acaba la grabación, el señor Kiyoshi se levanta y se pone frente a mí, mirándome desde arriba. Yo estoy jadeando, por lo que acabo de ver.
- Bueno, señorita Leah Walker, ¿preparada para la acción?




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