martes, 17 de septiembre de 2019

Trasfondo para Night City


Sophie "Caín"



Desde que tengo recuerdos, siempre he pasado del orfanato a casas de acogida. Siempre en el sistema. No hay historia dramática de “padre yonki y madre prostituta”, a la que culpar.  Y si hubiera sido así, yo no la conocía. Me abandonaron y nunca tuve un estereotipo en el que cagarme encima. "Incompatibilidad de caracteres", leí que aparecía en el asunto de mis consecutivas devoluciones. Una vez que cumplí la edad dorada de la adolescencia -dieciséis-, las opciones de conseguir hogar, bajaron exponencialmente hasta que casi rozando los diecisiete, mi suerte pareció cambiar. Se rumoreaba que un hombre viudo, de edad avanzada, se dedicaba a recorrer los orfanatos de la zona, junto a su primogénito, para llevarse a los olvidados y darles una segunda oportunidad. Y ahí estaba la mía. El viejo, tras su máscara de bondad, me escudriñó físicamente con su mirada, como lo hubiese hecho con un caballo. Y su hijo lo hizo con mi alma. Cuando me sonrieron supe que me había tocado el premio gordo.

El supuesto hijo mayor, de la familia monoparental y disfuncional de la que pasé a formar parte, se encargaba de suministrar efectivos humanos a una mafia de peleas clandestinas. Toni pagaba su libertad y manutención al viejo, con los beneficios de los combates a los que nos mandaba y los walters de mis hermanastros y yo lo hacíamos con nuestra propia sangre. 


La escoria de mi hermano nos despertaba con cubos de aguas fecales, -humanas y no-, a la madrugada. Con puñetazos y patadas, para entrenarnos en el bello arte de la supervivencia. Él decía que lo que nos enseñaba, era una mezcla entre Krav Magá y Hapkido, pero únicamente era su gen de psicópata floreciendo sobre nuestra piel. 
Yo siempre he sido de apariencia insignificante. Baja, de complexión delgada, pálida. Los excesos nunca han formado parte de mi niñez, ni de mi adolescencia temprana. Pero la rabia siempre ha estado en mí. Como un pozo negro la he sentido dentro, quizás por eso siempre he pensado, que quizás merecía estar donde estaba. Y esa rabia existía para contrarrestar mi fragilidad aparente. Para devolver el puñetazo, para evitar que me hundieran aún más en el fango.  Para seguir viva. Y esa parte animal, que únicamente salía en contadas ocasiones, -límites en su mayoría-, él se dedicó a estimular sin control. Con violencia, chantaje emocional y con sadismo. Cuando me había hecho un nombre en la categoría Slim, llegó a ofertarme en peleas contra mis hermanastros, en una carnicería en la que uno de nosotros no sobrevivió. A aquel combate lo llamó “La Furia de Caín”. Aún tengo grabados en mi mente, sus sucios ojos negros brillando de la emoción...
Moratones, huesos rotos, fallos orgánicos. Nada que el Dr.Tanenbaum  no parcheara. Era el veterinario del pueblo. 

La noche en la que tiró al estanque a mi hermanastro muerto, juré dos cosas. Que en el próximo combate huiría de ahí y que algún día le mataría muy lentamente. Por suerte, lo primero pude hacerlo y por eso estoy viva ahora. Por lo que ahora te digo, que lo segundo cada vez está más cerca de que ocurra.






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