domingo, 8 de julio de 2018

Trascendencia




La ciudad evidenciaba cierto halo de misticismo mientras la observaba desde la ventana del hospital, de carácter público pero no superpoblado como cabría esperar para ser fin de semana. Al menos no en el área de neurología donde me encontraba. Los sonidos de respiraciones, ronquidos disidentes y monitorizaciones diversas, impedían echar a volar la imaginación y evadirse de allí. 
Yo no interpretaba en ese momento el rol de paciente y a pesar de estar íntimamente implicada en la escena, aún podía esgrimir una pizca de idealismo en mi mirada. 
Cerré un momento los ojos y al volverlos a abrir, un intenso par de ojos pardos se clavaron ante mí. Contuve un grito de sorpresa al mirar ahora "despierta" a ese águila imperial detrás del cristal del piso decimonoveno. Llamó una vez con su pico en la ventana. Y al no obtener movimiento alguno por mi parte, volvió a ejecutar su acción. Girándome para cerciorarme de que nadie de la habitación lo había percibido, su voz retumbó profunda en mi interior. "Vamos, cierra los ojos. Última oportunidad". Con una confianza ciega que solo en la niñez hube podido sentir, los cerré. Y en unos instantes estaba dentro de ese ser. La fuerza de su interior me removió entera y el aire frío y liberador de la noche terminó de disipar el sopor que me embargaba. El cielo era nuestro. Negro como el de la gran urbe donde nos encontrabamos, lleno de caminos de luces brillantes que se distorsionaban a nuestro paso. Serpenteamos estoicos edificios respirando sus diversas resonancias entremezcladas. Sobrevolamos el caótico tráfico nocturno y su olor a gasolina y urgencia. Y nos elevamos aún más hasta acariciar las nubes etéreas y húmedas. El tiempo parecía seguir otras reglas y las probabilidades multiplicarse en cada batida. Cuando finalmente descendimos, la sensación de plenitud era tal que aún cuando ví a través del cristal mi cuerpo reposando sobre la silla en la que seguía, no experimenté desconcierto. Ni tan siquiera pena. Ya nuevamente en él y lejos de la magnificencia del ave, supe que desde ese instante la rueda había girado.

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