jueves, 16 de enero de 2014

ONIROMANCIA – Trasfondo Unknown Armies





Todas las noches son la misma mierda. Salgo de trabajar exhausta y voy directa al bar. Con la segunda copa todo parece un poco menos malo. A la cuarta ya casi estoy por los suelos. Mis compañeros de curro no me siguen el ritmo. Las dos primeras noches de la semana se suman, luego ya dicen “ser demasiado” para el cuerpo. Ellos se lo pierden. De amigos tampoco voy muy sobrada, pero los que aún conservo tienen pareja e hijos a los que dedicar el tiempo. Yo estoy sola. Bueno, tengo a mi gata persa. Que yo no llegue a casa hasta la madrugada, es menos dramático que si ellos no lo hicieran.
La música me desinhibe, la semi consciencia es la libertad y la gente de fiesta es lo más.
Bailo hasta casi perder el sentido, y cuando ese límite está cerca, hay algo que me anima a buscar algo más por hacer. Esta avidez de vida es irónica teniendo en cuenta el tánatos por el que me desplazo. A los tíos les cuesta seguirme el ritmo, por ello voy a uno por noche. O dos si estoy en racha. Otras veces acabo echa mierda. Intentando arrastrarme hasta casa, cuando la gente de bien ya hace horas que está en la comodidad de sus hogares.
Llego, Kat me riñe por no estar casi con ella, le hago una caricia, y me tiro aún maqueada y maquillada sobre la cama hasta caer inconsciente.
A las 7 am me levanto. Ducha rápida en la que me desmaquillo. Mi cuerpo lleno de tatuajes es una agradable visión. Cada uno una historia. Una reflexión, un recuerdo de alguien cercano, de un hecho importante, o de una buena noche de fiesta. Me cambio de ropa, me vuelvo  a maquillar “para matar” como siempre hago. Salgo a la calle con mis tacones de aguja, pillo un muffin de chocolate, y un café irlandés en el take & go de la esquina y camino por las calles de LA. Las que hace pocas horas transité en sentido contrario. Me dirijo a mi negocio. Llego a las 10 am. Menos mal que soy la jefa. Aún me pregunto cómo he conseguido mantener mi propio negocio. Soy muy buena. Desde siempre he sabido dibujar, es mi método de expresión. Cuando terminé el instituto mis padres me animaron a ir a la universidad. No les extrañó mucho mi negativa. Quería trabajar, porque vivir es caro. Eso lo aprendí pronto. Temían que si no me ayudaban acabaría en un club de streaptease. Por ello decidieron apoyarme con mi proyecto: una tienda de tatuajes, Eclectic. La fachada de color fucsia me da la bienvenida a mi reino.
Entro  y Paul y Mike ya están allí trabajando. Me sonríen y me rinden pleitesía durante un rato, para luego continuar con sus clientes mientras disimuladamente miran el reloj. “Hoy al menos ha llegado antes de las 13 h.”. Me imagino que piensan.
Es verdad, hoy al menos he dormido 4 horas, no está mal.
Repaso mi agenda. Suspiro, está llena.
Durante horas trabajo ensimismada en cada creación. Una cosa es la falta de sueño, otra mi arte. Y yo nunca dejo que mi arte sufra las consecuencias de mis excesos. Es por eso que siempre tengo gente y puedo permitirme la vida que tengo.
Son las 20:00. He parado diez minutos para comer en mi despacho, nachos con cervezas. Hoy está siendo un día intenso.
Paul y Mike rechazan con mucha amabilidad mi oferta de llevarlos de fiesta a un nuevo local que dicen es la ostia. Pero me aseguran que el viernes estarán más que dispuestos a correrse una grande conmigo. Me vale.
Me quito los guantes de látex negro. Me retoco el maquillaje y me dispongo a salir a muerte.
Los dolores de cabeza son primos hermanos de mis juergas. No son posibles unos sin las otras. Formamos un gran tándem y ellos nunca se hacen esperar.
Noche intensa, día lleno de plasticidad y arte.
Al día siguiente estoy más perjudicada que el anterior. Vomito un par de veces en el baño del trabajo. Una gastroenteritis es la respuesta a mis repetidas ausencias con los clientes. El resultado no es alterado. Magníficas obras de arte. La especialidad de Paul son las caricaturas. La de Mike el arte oriental. La mía.. el arte gótico y los retratos. Soy  capaz de captar y mantener la esencia de las cosas aún personalizándolas con mi visión.
Cuando por fin estoy girando el cartel de “Entra y prueba” por el de “Vete, disfruta y vuelve” tengo ante mí un hombre vestido de traje. No parece un típico cliente mío. Ni siquiera de Mike, que es quien tiene una clientela más variopinta. Su expresión me lo dice. Su mirada profunda y su sonrisa de vividor sobresalen de su faceta de empresario. Su pelo de punta es el otro gran contrapunto. Una gran  cresta negra azulada con los laterales rapados y lo que parece una secuencia de unos y ceros a cada lado de la cabeza.
Vaya, un flipado de Matrix pienso. Pero le dejo pasar.
El Gin Tonic puede esperar y este parece un tío atractivo e interesante. Veamos qué quiere que le haga.
Sonrío, coqueteamos. Me enseña un brazo vacío como lienzo.
-          Soy tuyo, muñeca, veamos qué me haces.
-          ¿Elijo yo? –digo algo nerviosa- ¿Quién te ha hablado bien de mi trabajo? Confiesa la identidad del verdugo que te hace darme carta blanca.
-          No soy de aquí –dice mientras se recuesta en la camilla mirándome divertido-  vengo a “probar” –dice parafraseando el cartel de entrada-.
Su sonrisa es pícara, y su actitud me invita a jugar.
Bien, me digo, “juguemos”.
Me pongo los guantes de látex negro, e ignorando el gruñido que hace mi estómago por no haberle alimentado en condiciones, me pongo a ello. Recorro con los dedos mi lienzo y cerrando brevemente los ojos comienzo a perforar su piel.
Generalmente cuando trabajo hay algo dentro de mí que parece evadirme de todo, hasta del cliente que tengo entre mis manos en ese momento. Yo lo considero algo “normal” siempre ha sido así. Me centro en la imagen que deseo plasmar y esta trasciende a la piel. Esta vez cuando miro de nuevo no recuerdo esa imagen. Me doy directamente con el tatuaje acabado, en el brazo del extraño al que ni siquiera he preguntado su nombre, ni hablado de mis honorarios.
Su brazo está cubierto de tonos grises, azules y rojos formando una especie de galimatías. Como las ondas musicales que mutan en el reproductor de música, cuando transcribe acordes  estridentes. Rodeando el dibujo, hay dibujados ceros y unos como los de los laterales de su cabeza. Cuan mensaje cifrado.
Lamento no haber prestado más atención a Matrix, para saber qué coño le he puesto. Aunque inesperado, el resultado es muy aparente. Parece una pintura postmoderna y futurista a la vez. Miro a los ojos del hombre y veo que me sonríe abiertamente.
Sin decir nada, si le ha gustado o no, se baja la manga de la camisa. Del maletín que lleva saca un cheque y un bolígrafo. Escribe en él y me lo tiende junto con una tarjeta. Luego hace una especie de reverencia y se marcha por la puerta.
Me quedo ahí plasmada, pensando en que no he protegido su tatuaje, ni le he llegado a hablar de los cuidados que ha de tener con él.
Cuando me doy cuenta miro el cheque en mi mano. Efectivamente al portador y la minuta ascende a 15.000 dólares. WOW. Su firma “Rave&GoCorporation”.
La tarjeta es negra brillante y en blanco se lee únicamente un número de teléfono.
Un escalofrío recorre mi cuerpo y el rugido de mi estómago me hace pensar en comenzar a moverme.

Decido salir a tomar ese Gin Tonic que postergué y algo de cenar.
Mientras me adentro en la noche de LA no ceso de pensar en ese tío y su tatuaje. ¿Qué coño significaba eso?
Mientras alterno en un pub con el espontáneo de rigor, recuerdo la tarjeta. La saco y llamo desde mi móvil. Una voz masculina me pregunta “¿Dónde estás?. Le digo el nombre del pub. “Estate en la puerta de atrás dentro de quince minutos”. Cuelga. Alucinada todavía me despido de mi acompañante. Medio borracho me increpa que para qué me quiero ir, cuando con él tengo todo lo que necesito. En un momento de lucidez y orgullo me deshago de su mano en mi culo y salgo del local.
Un coche negro con la puerta abierta está ahí cuando salgo. Me monto y tiene un cristal tintado en el que me reflejo. En cuanto cierro la puerta, cierra herméticamente los seguros del coche y arranca.
Intento hablar con el conductor pero no me oye. O al menos nadie me responde. Cuando llevamos como cuarenta minutos en movimiento se para. Para entonces mi estado de embriaguez se ha diluido casi por completo y me pregunto qué coño estoy haciendo. Los seguros del coche se suben y abro la puerta. En cuanto bajo, el cochazo en el que he venido se larga.
Estoy en una de las entradas laterales del enorme polígono. Totalmente rodeado de asfalto y sin nada más a su alrededor. Se ven dos grandes colas de gente con pintas esperando eufóricos para entrar.
Se oye la música que dentro reproducen y las luces del interior se reflejan ya en la gente que se pone a bailar.
Avanzo entre la masa mientras me acerco a una de las puertas. En ella hay un segurata vestido de colores fosforescente y gafas oscuras que custodia la puerta.
El tipo habla por el auricular que lleva y aparece el cliente ante mí. Ahora viste diferente. Con pantalones de cuero negro, una camiseta de manga corta, roja brillante y un par de collares de perro en el cuello. Sus zapatillas son de plataforma verde y en el brazo izquierdo luce orgulloso mi tatuaje.
-          Has tardado –dice sonriendo.
Me hace un gesto con la cabeza para que le siga y desaparece en el interior.
Me aventuro a seguirle. Dentro hay un pasillo enorme lleno de gente bailando, fumando, bebiendo, dejándose llevar..
La música taladra mi mente y mi corazón, haciéndole a este último partícipe del ritmo que debe seguir. Mi mente parece despejarse, mientras sigo a mi cliente entre la gente.
Aparta con la mano a un tipo apoyado contra una puerta, saca una llave del pantalón y la abre.
Es una especie de camerino. En él hay un espejo enorme, una butaca negra y un montón de maquillaje esparcido por el tocador. Detrás hay un vestidor con ropa de lo más variopinta.
Le miro y me apunta con una linterna plateada a los ojos.
-          Ey –digo-.
-          Sí. Estás en la situación idónea. –dice guardándola de nuevo-. Prepárate para la fiesta. –dice señalando la ropa-. Cuando estés lista, te espero en el escenario. –Dice y desaparece cerrando la puerta-.

Miro mi reflejo en el espejo y veo la cara de alucinada que tengo. ¿Qué me espera en el escenario?
Miro los cosméticos y me retoco el maquillaje. Me quito la barra de labios carmesí que llevo y me pinto con una barra de labios azul metalizada. Parezco otra. Sonrío y  empiezo a mirar la ropa. Toda ella es de colores chillones y la mayoría ceñida. Elijo unos pantalones de falso cuero azul y un top escotado del mismo tono con letras blancas que pone: Lets go!
Me calzo unos zapatos altos de plataformas con hebillas y recojo mi pelo en una coleta alta.
Salgo y la música suena cada vez más potente. Me dirijo hacia delante y cuanto más avanzo la música más se mete en mi sistema.
Mientras sigo con la mirada hacia adelante, una extraña reflexión aparece en mi mente. “Pasamos 1/3 de nuestra vida durmiendo”.
Este está siendo un viaje muy raro, pienso.
Según avanzo, me cruzo con gente de lo más extraña que me mira y cuchichea. Alcanzo a oír retazos de sus conversaciones.
“Rave”. “101”. “Iniciación”…
Cuando por fin llego al final del pasillo, aparecen unas escaleras que suben. Al pisar la última  veo ante  mí un enorme escenario circular. Todo él está rodeado por una marea de gente medio en éxtasis. Bailan mirando hacia arriba. Sobre él, hay dos cabinas transparentes elevadas unos seis metros de altura. Dentro de cada una, hay un DJ frente a una mesa de mezclas. Parecen seres cibernéticos flotando en el espacio con sus extraños instrumentos sonoros. Llevan gafas opacas de aviador que les confiere un aspecto inhumano. Y  como el cliente sendas crestas, las suyas,  azul neón.
Bajando la vista al centro del escenario, veo un sillón de cuero negro como el de mi estudio. Parece un trono. Frente a él una camilla y a su lado todo un equipo de tatuaje.
Aparece a mi lado el cliente y extiende la mano hacia el escenario.
-          Muéstranos tu Fuego Fatuo.
Sus palabras son como órdenes para mí. Camino lentamente por el escenario y me siento en el sillón.
Veo cómo una chica de unos veinte años sube al escenario y se aproxima hasta la camilla. Me pongo los guantes negros y preparo el instrumental.
Se quita la camiseta amarilla de rejilla, se queda en sujetador y se tumba en ella.
-          ¡Hazmelo aquí! –me chilla señalándose el estómago para hacerse oír-
-          ¿Qué quieres que te haga? –chillo igualmente-.
-          ¡Aquí! –vuelve a chillar- ¡Lo quiero aquí!.
Me encojo de hombros e imbuida por la música pongo mi mano sobre su vientre para empezar a tatuarla y de pronto ya no estoy allí.

Estoy en un bosque oscuro, lleno de árboles de cientos de años y frondosa vegetación. Está lloviendo y los rayos de la tormenta iluminan la noche dotándola de una apariencia fantasmagórica.
Delante de mí hay una adolescente. Está corriendo.. su rostro me suena.. creo que es la jóven a la que estoy tatuando. Pero ahora tiene unos años menos. Está aterrada. Corro bajo la lluvia que nos empapa persiguiéndola. La ansiedad corre por mi cuerpo al igual que por el suyo. ¿De qué está huyendo? Corro, tropiezo, está a unos metros delante de mí. De pronto tropieza y cae. Mira hacia atrás, pero en vez de verme a mí, parece mirar a través de mi cuerpo, como si yo no estuviera. Me doy la vuelta y un enorme lobo negro con ojos rojos se yergue ante ella enseñando sus fauces cubiertas de saliva.
Un gruñido gutural me saca de allí.  Vuelvo a imbuirme en la música y los gritos extáticos de la multitud. Me fijo en la aguja y en el vientre de la chica. Ante mí aparece tatuada la misma faz del lobo que he visto, justo antes de “despertarme” de ese trance.
Mis ojos se abren, ella ve la faz del lobo en su piel y comienza a gritar.
Sin más, la tinta comienza a fluir hacia arriba. Se trasforma en un humo negro y mana hacia la zona donde están los DJ´s perdidos en su música. El humo comienza a mezclarse y la gente que nos rodea señala y grita eufórica. El humo va tomando forma y se transforma en el lobo gigante de mi visión. Parece aullar y la chica a la que acabo de tatuar sale corriendo tirándose del escenario.
La música no frena, el lobo parece correr por encima de nuestras cabezas, se dirige por encima del público y la gente como loca grita y aúlla.
No he visto cuándo ha subido, pero ahora hay un chico tumbado en la camilla. Está sin camiseta y está tumbado boca abajo.
-          ¡Házmelo en la espalda!
Aturdida toco su espalda y vuelve a pasar. Esta vez tengo una visión en la que él se ahoga. El agua llena mis pulmones también. Está en medio del mar en un coche. Se va hundiendo lentamente y se está llenando de agua. Las puertas están selladas y por más que golpea los cristales no puede salir. Su rostro se va volviendo más azul por segundos.
Cuando vuelvo a ser consciente, en su espalda he tatuado un coche hundiéndose en la entre las olas.
Nuevamente, un humo azulado surge de su espalda. Gira y se “materializa” en el aire, un coche en medio del mar, con alguien en su interior.
Flota igualmente al ritmo de la música.
Las imágenes no se desvanecen durante toda la noche y confortan un telar extraño en movimiento sobre nuestras cabezas.
En todo momento, sigo sintiendo esas extrañas visiones cada vez que toco a alguien y les tatúo. La música, el éxtasis de la gente, la cabeza me da vueltas. Mientras lleno el aire de las imágenes que plasmo en los cuerpos de estos desconocidos. Al ritmo de una música demente y psicodélica que altera mis sentidos.
Uno tras otro.  Hasta que la extenuación hace mella en mí y me desplomo sobre la camilla.
No sé cuánto tiempo he estado tatuando allí. Pero en ningún momento aquella vorágine se suspendió..
Cuando despierto lo hago sola. Ya no hay música, ya no están aquellas cabinas en el aire, ni los DJ´s, ni la multitud bramando, bailando y divirtiéndose. Ni mucho menos, los tatuajes cobrando vida. Tan sólo yo tumbada sobre el suelo de aquel polígono. Yo, y una tarjeta negra brillante de letras blancas.

Toda la magia se basa en una paradoja.
Las cosas que consigues dependen de lo que pagas por ellas.
No compartirás los secretos de la Cabala.

“Bienvenida, adepta”




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