Todas las noches son la misma mierda. Salgo de trabajar
exhausta y voy directa al bar. Con la segunda copa todo parece un poco menos
malo. A la cuarta ya casi estoy por los suelos. Mis compañeros de curro no me
siguen el ritmo. Las dos primeras noches de la semana se suman, luego ya dicen
“ser demasiado” para el cuerpo. Ellos se lo pierden. De amigos tampoco voy muy
sobrada, pero los que aún conservo tienen pareja e hijos a los que dedicar el
tiempo. Yo estoy sola. Bueno, tengo a mi gata persa. Que yo no llegue a casa
hasta la madrugada, es menos dramático que si ellos no lo hicieran.
La música me desinhibe, la semi consciencia es la libertad y
la gente de fiesta es lo más.
Bailo hasta casi perder el sentido, y cuando ese límite está
cerca, hay algo que me anima a buscar algo más por hacer. Esta avidez de vida
es irónica teniendo en cuenta el tánatos por el que me desplazo. A los tíos les
cuesta seguirme el ritmo, por ello voy a uno por noche. O dos si estoy en
racha. Otras veces acabo echa mierda. Intentando arrastrarme hasta casa, cuando
la gente de bien ya hace horas que está en la comodidad de sus hogares.
Llego, Kat me riñe por no estar casi con ella, le hago una
caricia, y me tiro aún maqueada y maquillada sobre la cama hasta caer
inconsciente.
A las 7 am me levanto. Ducha rápida en la que me
desmaquillo. Mi cuerpo lleno de tatuajes es una agradable visión. Cada uno una
historia. Una reflexión, un recuerdo de alguien cercano, de un hecho importante,
o de una buena noche de fiesta. Me cambio de ropa, me vuelvo a maquillar “para matar” como siempre hago.
Salgo a la calle con mis tacones de aguja, pillo un muffin de chocolate, y un
café irlandés en el take & go de la esquina y camino por las calles de LA.
Las que hace pocas horas transité en sentido contrario. Me dirijo a mi negocio.
Llego a las 10 am. Menos mal que soy la jefa. Aún me pregunto cómo he
conseguido mantener mi propio negocio. Soy muy buena. Desde siempre he sabido
dibujar, es mi método de expresión. Cuando terminé el instituto mis padres me
animaron a ir a la universidad. No les extrañó mucho mi negativa. Quería
trabajar, porque vivir es caro. Eso lo aprendí pronto. Temían que si no me
ayudaban acabaría en un club de streaptease. Por ello decidieron apoyarme con
mi proyecto: una tienda de tatuajes, Eclectic. La fachada de color fucsia me da
la bienvenida a mi reino.
Entro y Paul y Mike
ya están allí trabajando. Me sonríen y me rinden pleitesía durante un rato,
para luego continuar con sus clientes mientras disimuladamente miran el reloj.
“Hoy al menos ha llegado antes de las 13 h.”. Me imagino que piensan.
Es verdad, hoy al menos he dormido 4 horas, no está mal.
Repaso mi agenda. Suspiro, está llena.
Durante horas trabajo ensimismada en cada creación. Una cosa
es la falta de sueño, otra mi arte. Y yo nunca dejo que mi arte sufra las
consecuencias de mis excesos. Es por eso que siempre tengo gente y puedo
permitirme la vida que tengo.
Son las 20:00. He parado diez minutos para comer en mi
despacho, nachos con cervezas. Hoy está siendo un día intenso.
Paul y Mike rechazan con mucha amabilidad mi oferta de
llevarlos de fiesta a un nuevo local que dicen es la ostia. Pero me aseguran
que el viernes estarán más que dispuestos a correrse una grande conmigo. Me vale.
Me quito los guantes de látex negro. Me retoco el maquillaje
y me dispongo a salir a muerte.
Los dolores de cabeza son primos hermanos de mis juergas. No
son posibles unos sin las otras. Formamos un gran tándem y ellos nunca se hacen
esperar.
Noche intensa, día lleno de plasticidad y arte.
Al día siguiente estoy más perjudicada que el anterior. Vomito
un par de veces en el baño del trabajo. Una gastroenteritis es la respuesta a
mis repetidas ausencias con los clientes. El resultado no es alterado. Magníficas
obras de arte. La especialidad de Paul son las caricaturas. La de Mike el arte
oriental. La mía.. el arte gótico y los retratos. Soy capaz de captar y mantener la esencia de las
cosas aún personalizándolas con mi visión.
Cuando por fin estoy girando el cartel de “Entra y prueba”
por el de “Vete, disfruta y vuelve” tengo ante mí un hombre vestido de traje.
No parece un típico cliente mío. Ni siquiera de Mike, que es quien tiene una
clientela más variopinta. Su expresión me lo dice. Su mirada profunda y su
sonrisa de vividor sobresalen de su faceta de empresario. Su pelo de punta es
el otro gran contrapunto. Una gran cresta negra azulada con los laterales rapados
y lo que parece una secuencia de unos y ceros a cada lado de la cabeza.
Vaya, un flipado de Matrix pienso. Pero le dejo pasar.
El Gin Tonic puede esperar y este parece un tío atractivo e
interesante. Veamos qué quiere que le haga.
Sonrío, coqueteamos. Me enseña un brazo vacío como lienzo.
-
Soy tuyo, muñeca, veamos qué me haces.
-
¿Elijo yo? –digo algo nerviosa- ¿Quién te ha hablado
bien de mi trabajo? Confiesa la identidad del verdugo que te hace darme carta
blanca.
-
No soy de aquí –dice mientras se recuesta en la camilla
mirándome divertido- vengo a “probar”
–dice parafraseando el cartel de entrada-.
Su sonrisa es pícara, y su actitud me invita a jugar.
Bien, me digo, “juguemos”.
Me pongo los guantes de látex negro, e ignorando el gruñido
que hace mi estómago por no haberle alimentado en condiciones, me pongo a ello.
Recorro con los dedos mi lienzo y cerrando brevemente los ojos comienzo a
perforar su piel.
Generalmente cuando trabajo hay algo dentro de mí que parece
evadirme de todo, hasta del cliente que tengo entre mis manos en ese momento.
Yo lo considero algo “normal” siempre ha sido así. Me centro en la imagen que
deseo plasmar y esta trasciende a la piel. Esta vez cuando miro de nuevo no recuerdo
esa imagen. Me doy directamente con el tatuaje acabado, en el brazo del extraño
al que ni siquiera he preguntado su nombre, ni hablado de mis honorarios.
Su brazo está cubierto de tonos grises, azules y rojos formando
una especie de galimatías. Como las ondas musicales que mutan en el reproductor
de música, cuando transcribe acordes estridentes. Rodeando el dibujo, hay dibujados
ceros y unos como los de los laterales de su cabeza. Cuan mensaje cifrado.
Lamento no haber prestado más atención a Matrix, para saber
qué coño le he puesto. Aunque inesperado, el resultado es muy aparente. Parece
una pintura postmoderna y futurista a la vez. Miro a los ojos del hombre y veo
que me sonríe abiertamente.
Sin decir nada, si le ha gustado o no, se baja la manga de
la camisa. Del maletín que lleva saca un cheque y un bolígrafo. Escribe en él y
me lo tiende junto con una tarjeta. Luego hace una especie de reverencia y se marcha
por la puerta.
Me quedo ahí plasmada, pensando en que no he protegido su
tatuaje, ni le he llegado a hablar de los cuidados que ha de tener con él.
Cuando me doy cuenta miro el cheque en mi mano.
Efectivamente al portador y la minuta ascende a 15.000 dólares. WOW. Su firma
“Rave&GoCorporation”.
La tarjeta es negra brillante y en blanco se lee únicamente un
número de teléfono.
Un escalofrío recorre mi cuerpo y el rugido de mi estómago
me hace pensar en comenzar a moverme.
Decido salir a tomar ese Gin Tonic que postergué y algo de cenar.
Mientras me adentro en la noche de LA no ceso de pensar en
ese tío y su tatuaje. ¿Qué coño significaba eso?
Mientras alterno en un pub con el espontáneo de rigor, recuerdo
la tarjeta. La saco y llamo desde mi móvil. Una voz masculina me pregunta
“¿Dónde estás?. Le digo el nombre del pub. “Estate en la puerta de atrás dentro
de quince minutos”. Cuelga. Alucinada todavía me despido de mi acompañante. Medio
borracho me increpa que para qué me quiero ir, cuando con él tengo todo lo que necesito.
En un momento de lucidez y orgullo me deshago de su mano en mi culo y salgo del
local.
Un coche negro con la puerta abierta está ahí cuando salgo.
Me monto y tiene un cristal tintado en el que me reflejo. En cuanto cierro la
puerta, cierra herméticamente los seguros del coche y arranca.
Intento hablar con el conductor pero no me oye. O al menos
nadie me responde. Cuando llevamos como cuarenta minutos en movimiento se para.
Para entonces mi estado de embriaguez se ha diluido casi por completo y me
pregunto qué coño estoy haciendo. Los seguros del coche se suben y abro la
puerta. En cuanto bajo, el cochazo en el que he venido se larga.
Estoy en una de las entradas laterales del enorme polígono.
Totalmente rodeado de asfalto y sin nada más a su alrededor. Se ven dos grandes
colas de gente con pintas esperando eufóricos para entrar.
Se oye la música que dentro reproducen y las luces del
interior se reflejan ya en la gente que se pone a bailar.
Avanzo entre la masa mientras me acerco a una de las
puertas. En ella hay un segurata vestido de colores fosforescente y gafas
oscuras que custodia la puerta.
El tipo habla por el auricular que lleva y aparece el
cliente ante mí. Ahora viste diferente. Con pantalones de cuero negro, una camiseta
de manga corta, roja brillante y un par de collares de perro en el cuello. Sus
zapatillas son de plataforma verde y en el brazo izquierdo luce orgulloso mi
tatuaje.
-
Has tardado –dice sonriendo.
Me hace un gesto con la cabeza para que le siga y desaparece
en el interior.
Me aventuro a seguirle. Dentro hay un pasillo enorme lleno
de gente bailando, fumando, bebiendo, dejándose llevar..
La música taladra mi mente y mi corazón, haciéndole a este
último partícipe del ritmo que debe seguir. Mi mente parece despejarse,
mientras sigo a mi cliente entre la gente.
Aparta con la mano a un tipo apoyado contra una puerta, saca
una llave del pantalón y la abre.
Es una especie de camerino. En él hay un espejo enorme, una
butaca negra y un montón de maquillaje esparcido por el tocador. Detrás hay un
vestidor con ropa de lo más variopinta.
Le miro y me apunta con una linterna plateada a los ojos.
-
Ey –digo-.
-
Sí. Estás en la situación idónea. –dice guardándola de
nuevo-. Prepárate para la fiesta. –dice señalando la ropa-. Cuando estés lista,
te espero en el escenario. –Dice y desaparece cerrando la puerta-.
Miro mi reflejo en el espejo y veo la cara de alucinada que
tengo. ¿Qué me espera en el escenario?
Miro los cosméticos y me retoco el maquillaje. Me quito la
barra de labios carmesí que llevo y me pinto con una barra de labios azul
metalizada. Parezco otra. Sonrío y empiezo
a mirar la ropa. Toda ella es de colores chillones y la mayoría ceñida. Elijo
unos pantalones de falso cuero azul y un top escotado del mismo tono con letras
blancas que pone: Lets go!
Me calzo unos zapatos altos de plataformas con hebillas y
recojo mi pelo en una coleta alta.
Salgo y la música suena cada vez más potente. Me dirijo
hacia delante y cuanto más avanzo la música más se mete en mi sistema.
Mientras sigo con la mirada hacia adelante, una extraña
reflexión aparece en mi mente. “Pasamos 1/3 de nuestra vida durmiendo”.
Este está siendo un viaje muy raro, pienso.
Según avanzo, me cruzo con gente de lo más extraña que me
mira y cuchichea. Alcanzo a oír retazos de sus conversaciones.
“Rave”. “101” .
“Iniciación”…
Cuando por fin llego al final del pasillo, aparecen unas
escaleras que suben. Al pisar la última
veo ante mí un enorme escenario
circular. Todo él está rodeado por una marea de gente medio en éxtasis. Bailan
mirando hacia arriba. Sobre él, hay dos cabinas transparentes elevadas unos
seis metros de altura. Dentro de cada una, hay un DJ frente a una mesa de
mezclas. Parecen seres cibernéticos flotando en el espacio con sus extraños instrumentos
sonoros. Llevan gafas opacas de aviador que les confiere un aspecto inhumano. Y
como el cliente sendas crestas, las
suyas, azul neón.
Bajando la vista al centro del escenario, veo un sillón de
cuero negro como el de mi estudio. Parece un trono. Frente a él una camilla y a
su lado todo un equipo de tatuaje.
Aparece a mi lado el cliente y extiende la mano hacia el
escenario.
-
Muéstranos tu Fuego Fatuo.
Sus palabras son como órdenes para mí. Camino lentamente por
el escenario y me siento en el sillón.
Veo cómo una chica de unos veinte años sube al escenario y
se aproxima hasta la camilla. Me pongo los guantes negros y preparo el
instrumental.
Se quita la camiseta amarilla de rejilla, se queda en
sujetador y se tumba en ella.
-
¡Hazmelo aquí! –me chilla señalándose el estómago para
hacerse oír-
-
¿Qué quieres que te haga? –chillo igualmente-.
-
¡Aquí! –vuelve a chillar- ¡Lo quiero aquí!.
Me encojo de hombros e imbuida por la música pongo mi mano
sobre su vientre para empezar a tatuarla y de pronto ya no estoy allí.
Estoy en un bosque oscuro, lleno de árboles de cientos de
años y frondosa vegetación. Está lloviendo y los rayos de la tormenta iluminan
la noche dotándola de una apariencia fantasmagórica.
Delante de mí hay una adolescente. Está corriendo.. su
rostro me suena.. creo que es la jóven a la que estoy tatuando. Pero ahora
tiene unos años menos. Está aterrada. Corro bajo la lluvia que nos empapa persiguiéndola.
La ansiedad corre por mi cuerpo al igual que por el suyo. ¿De qué está huyendo?
Corro, tropiezo, está a unos metros delante de mí. De pronto tropieza y cae.
Mira hacia atrás, pero en vez de verme a mí, parece mirar a través de mi
cuerpo, como si yo no estuviera. Me doy la vuelta y un enorme lobo negro con
ojos rojos se yergue ante ella enseñando sus fauces cubiertas de saliva.
Un gruñido gutural me saca de allí. Vuelvo a imbuirme en la música y los gritos extáticos
de la multitud. Me fijo en la aguja y en el vientre de la chica. Ante mí
aparece tatuada la misma faz del lobo que he visto, justo antes de
“despertarme” de ese trance.
Mis ojos se abren, ella ve la faz del lobo en su piel y
comienza a gritar.
Sin más, la tinta comienza a fluir hacia arriba. Se trasforma
en un humo negro y mana hacia la zona donde están los DJ´s perdidos en su música.
El humo comienza a mezclarse y la gente que nos rodea señala y grita eufórica.
El humo va tomando forma y se transforma en el lobo gigante de mi visión.
Parece aullar y la chica a la que acabo de tatuar sale corriendo tirándose del
escenario.
La música no frena, el lobo parece correr por encima de
nuestras cabezas, se dirige por encima del público y la gente como loca grita y
aúlla.
No he visto cuándo ha subido, pero ahora hay un chico
tumbado en la camilla. Está sin camiseta y está tumbado boca abajo.
-
¡Házmelo en la espalda!
Aturdida toco su espalda y vuelve a pasar. Esta vez tengo
una visión en la que él se ahoga. El agua llena mis pulmones también. Está en
medio del mar en un coche. Se va hundiendo lentamente y se está llenando de
agua. Las puertas están selladas y por más que golpea los cristales no puede
salir. Su rostro se va volviendo más azul por segundos.
Cuando vuelvo a ser consciente, en su espalda he tatuado un
coche hundiéndose en la entre las olas.
Nuevamente, un humo azulado surge de su espalda. Gira y se “materializa”
en el aire, un coche en medio del mar, con alguien en su interior.
Flota igualmente al ritmo de la música.
Las imágenes no se desvanecen durante toda la noche y
confortan un telar extraño en movimiento sobre nuestras cabezas.
En todo momento, sigo sintiendo esas extrañas visiones cada
vez que toco a alguien y les tatúo. La música, el éxtasis de la gente, la
cabeza me da vueltas. Mientras lleno el aire de las imágenes que plasmo en los
cuerpos de estos desconocidos. Al ritmo de una música demente y psicodélica que
altera mis sentidos.
Uno tras otro. Hasta
que la extenuación hace mella en mí y me desplomo sobre la camilla.
No sé cuánto tiempo he estado tatuando allí. Pero en ningún
momento aquella vorágine se suspendió..
Cuando despierto lo hago sola. Ya no hay música, ya no están
aquellas cabinas en el aire, ni los DJ´s, ni la multitud bramando, bailando y
divirtiéndose. Ni mucho menos, los tatuajes cobrando vida. Tan sólo yo tumbada
sobre el suelo de aquel polígono. Yo, y una tarjeta negra brillante de letras
blancas.
Toda la magia se
basa en una paradoja.
Las cosas que
consigues dependen de lo que pagas por ellas.
No compartirás los
secretos de
“Bienvenida, adepta”
|
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