lunes, 11 de abril de 2011

Angustia Difusa (Parte II)


(Continuación Caza (Parte I) )

- YHÄRIEL…

[Por fin estás frente a mí]

- Drazziel. ¿Me buscabas? – Sonríe tristemente a través de su cáscara- ¿Cuánto tiempo ha pasado?

- Aparece. Me niego a hacer esto con tu recipiente.

La mirada del Caído refulgía. Su sonrisa y su respiración se tensaron cuando Yhäriel comenzaba a mostrarse a través de su verdadera esencia.

El rostro de Lara, el recipiente, se hizo más férreo. Y su voz se silenció dentro de un rincón como en el que ella estuvo. Rostro altivo, de pómulos prominentes, nariz pequeña y labios gruesos. Sus ojos negros se tiñeron de un verde de tal fulgor que Drazziel echó instintivamente el cuerpo hacia atrás, como si algo invisible le hubiera empujado, cuando se posaron finalmente en los suyos.

El pelo negro y lacio se tornó de un rojo intenso lleno de brillo y volumen, que cubrió en unos segundos su cuerpo hasta más allá de la espalda.

El vestido pareció rellenarse con la voluptuosidad de sus curvas. Sus senos llenos, que se mostraban a través de los rasgones que él había realizado cuando ella aún estaba escondida. Vientre plano, caderas anchas, piernas esbeltas y extremidades finas.

[Nunca has dejado de resultar indiferente].

Mirando hacia un cielo negro, carente de color, comenzó a mostrar como si de un ritual erótico se tratara, los retazos de divinidad perdida que aún conservaba y cuyo contraste confería un dramatismo tajante.

Una lágrima comenzó a deslizarse por su mejilla izquierda, mientras de sus omóplatos comenzaban a salir unas alas de un blanco intenso. La ala izquierda se abrió en unos instantes en los que sintió recorrer por su ser la calidez que un día su Dios le dio. Los recuerdos de tal plenitud la abrumaron e hirieron con el relampagueo de la realidad que ahora la rodeaba.

De su omóplato izquierdo, cayeron unas plumas empapadas de un líquido carmesí, que cayeron sin hacer ruido en aquella estructurada nada. Una cicatriz diagonal cruzaba desde la nuca hasta mitad de la espalda.

[¿Qué te has hecho?].

- Yhäriel.. ¿Qué te has hecho?

- Drazz..

[Esos trucos no te valdrán conmigo. Ya no].

Su mirada se turbó y dio la vuelta hasta situarse en su espalda.

Notó como sus dedos tocaron la cicatriz que aún no había dejado de supurar, y con su tacto se derrumbó.

Cayó de rodillas con la mirada turbada.

- Así quería verte. De rodillas. ¡¡TRAIDORA!! –gruñó-. Pero no aquí.

Tiró violentamente de su hombro hacia atrás, y esa nada desapareció, y de pronto estaban en mitad de lo que otrora sería un circo romano. Donde los gladiadores se desgarraban para placer de su Señor. Qué irónico.. como aquel día.

El leve viento que había, se convirtió en un vendaval. El cielo tenía tonalidades rojizas y negras, y formaba espirales que se retorcían sin control.

- ¿Dime por qué lo has hecho? –gritó desde el extremo contrario desde el que se encontraba- ¡¿Por tu traición?! ¡¿Por la caída de tus compañeros?! ¡¿Recuerdas el Abismo, Yhäriel?! ¿Recuerdas lo que sentías? Déjame recordártelo.

En la mente de Yhäriel se coló una oscuridad más densa del lugar que él había colocado para manifestarse. La humedad que otrora sintiera volvió. Volvía a estar confinada allí. Y volvió la enloquecedora ceguera. Ese lugar lleno de densidad y opresión. El vacío psíquico. La desesperanza atroz que te invadía desde dentro retorciéndote. Dejándote en un estado de paroxismo brutal . Sintiendo cómo la mente y las emociones lentamente se atrofian. Pues en ese estado de estancamiento, dónde sólo hay agonía no hay posibilidad de creación. Ni de vida. Pero seguían respirando. Porque en ese lugar únicamente eso podían hacer. E incluso eso era complicado. Hacerlo quemaba la poca energía que mantenían, generando una presión similar, a la de los soldados que se veían forzados a avanzar con máscara de gas por un largo período de tiempo. Allí no había avance. Era la nada. Opresión sin igual. Pero eso no era todo. Las cacofonías no tardaron en llegar. De todas partes. A diferentes graduaciones. E intensidad. Pero la carga psíquica era demoledora. Como si ese lugar su hubiera erigido a partir de la resonancia demencial del concepto de la locura en sí misma.

Gritos llenos de incoherencias. De delirios. Alaridos llenos de frustración y dolor. Creyó reconocer alguna voz, pero intentó desviar su atención dentro del recuerdo dónde él la había introducido, con desesperación. No podía salir de esa espiral de autodestrucción.

Los llantos. Los gritos trastornados. Jadeos que clamaban respuestas. Consuelo. Calor. O más dolor. Necesitaban emoción. Todo ello golpeó su alma y la hicieron caer de rodillas.

- Lucifer.. Lucifer. Lucero…

- ¿Por qué..?

- AAAHHHHH

- ¿Por qué no nos quieres..?

- Nos ha traicionado. ¿Lo sabéis, verdad?

- Nunca saldremos de aquí. Es su penitencia.

- Yo creo que Él nos odió desde el principio.

- ¿Por celos? ¡Un Dios no puede estar celoso de su Creación!

- ¡Claro! No nos agachamos lo suficiente, ¿es eso? El grado de inclinación ante su yugo no fue el adecuado. Si. Es eso. No nos dejamos pisar bien. ¡Claro!

- Seguimos tus pasos, ¿no lo hicimos bien?

- Es por eso por lo que se fue. No seguimos bien sus mandatos.

- ¡Eso no es cierto! Fueron los Duques…

- Dios…Dios… ¿por qué no nos hablas ya?

- ¡Cierra el puto pico! Están aquí. Pueden oírte. Y..

- ¿¿Todavía crees que pueden hacerte algo peor que esto??

- Nos ha abandonado.

- Éramos su creación.

- Sus amados hijos..

- ¡¡¡PADRE!!!.. ¡¡Por qué!! ¿¿¿Por qué nos has… ABANDONADO???

- Quiero volver a casa.

- Ya no hay casa. No hay Edén. Sólo serpientes. Nosotros somos las serpientes…….. fue nuestra insolencia la que nos ha condenado.

- Ya estábamos condenados………

- ¡¡¡NO!!! –se oyó Yhäriel a sí misma chillar- ¡¡¡NO!!! ¡¡¡LUCIFEEEER!!!

De pronto volvió la luz. Rojiza y negra. El viento se había evaporado pero Yhariel, con las manos clavadas en la tierra, alzó la cabeza hacia el cielo y abrió la boca aspirando como si no lo hubiera hecho en todo ese tiempo.

Su mirada estaba enturbiada.

- ¿Lo recuerdas, verdad? ESO NO ES TODO. –Voló hasta ella y derribándola con violencia con su cuerpo, empezó a introducir en su mente los recuerdos de su propio cautiverio.

Él gritando su propio nombre y el de ella. Como un mantra. Sin descanso. Si hubiera tenido cuerpo físico, se habría balanceado hacia delante y hacia atrás. Pero en esa quietud metafísica no había nada de eso. Tan sólo su voz, muchas veces tapada por los coros disonantes de la locura de sus propios compañeros. Intentando alejar la suya propia.

El único placer que pudo sentir fue cuando el más cercano de los Caídos de Yhäriel se volvió loco. Siempre le había odiado. Fue su culpa que ella le traicionara. Así que rió de forma estridente cuando oyó su voz convertida en los vocablos incoherentes de un bebé.

- Melahel -susurró llorando-.

Drazziel, Barón de la Legión de Hierro cerró las manos entorno al cuello de ella. Y volvió a estructurar para ellos las ruinas del Edén en el que culminaría por fin su vendetta.



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