viernes, 3 de septiembre de 2010

Un puto día cualquiera





Todo parecía como en una peli de la tele. Los tipos malos persiguiendo al pardillo en medio de los suburbios de la puta ciudad de Nueva York. Los tipos malos, de blanco riguroso, con sus trajes de armani, y sus gabardinas de igual color ondeando al viento, mientras sus Beretta 92 disparan sin cesar a los pies de su presa. El pardo, con un chándal azul que seguramente su madre se encargó de enviarle –por mala conciencia-, en vez de pagarle el negro de adidas que le había pedido desde los ocho a los doce años. ¡Maldita sea! El tipo bueno lo lleva jodido, está destrozado, y no debió de comerse aquella hamburguesa con queso y beicon para desayunar. Está a punto de echarlo todo en cada giro. Pronto, nada será como en las pelis, y los dos tipos malos, estarán a punto de jadearle en la nuca, y entonces ni la puta publicidad, retrasará su muerte. Hasta ahí todo bien. ¿Vale? Pero da la jodida casualidad que el gilipollas del chico bueno soy yo. Y me van a reventar la puta cabeza.
Saco de los pantalones el frasco de las pastillas negras. Me tomo un par y tiro el frasco.
Mi mirada se dilata. Mi pecho bombea más rápido.
En buena hora se me ocurrió hacer caso al imbécil de Bill. Si no le hubiera dicho que me presentara a sus socios, nada de esto habría pasado. Seguiría tirado en el sofá verde-moho de mi casa, cómodamente, mientras me seguía encabronando pensando en la mierda de vida que se iba por el desagüe. La vida perfecta. Pero ¡nooooo! Tuve que dejarme rallar por eso que te meten en la puta publicidad de "sé alguien mejor", o el puto mundo pasará de ti. ¡¡¡Pues que pase!!! ¿Qué iba a hacerme el mundo? ¿Venir a saludarme con la mano, después de subir los nueve tramos de escaleras sin ascensor del tugurio donde vivo? Para el cuarto ya estarían pensando en dar media vuelta. Para el sexto, en bajar a tomarse unas birras mientras se rascan las pelotas. ¿Y la tía del alquiler? Tirarme por la ventana porque no le he pagado los últimos dos meses? Probablemente… la muy bruja. Pero a lo sumo me habría reído un buen rato en la caída llevándomela conmigo. Pero yo no he iniciado esto. Ahora ya no tendré cargas. Nada frenará los balazos de esos dos maromos, a los que cada vez veía mucho más cerca su bronceado de 800 pavos por mitad. La caída sería rápida, pero nadie reiría. -Bueno, salvo la zorra del alquiler-. Ya veía los titulares, última página de sucesos, márgen inferior izquierdo en una letra times new roman número ocho: "Joven, varón blanco de unos treintaitantos, muere en la veintitrés, con todos los sesos desparramados por la acera. El motivo se desconoce, seguramente tráfico de drogas y/o sexo". Seguramente tras mi muerte. Aún así espero que el protocolo no otorgue tales servicios extras.
¡Mierda puta! Tengo que pensar en algo.
Me tomo un par de las pastillas rojas. Mi cerebro comienza a bailar a ritmos tribales dentro de mi cabeza.
¡Son las putas dos del mediodía! ¿¿Es que nadie en esta puta ciudad, está en la calle?? ¡¡La poca gente con la que me estoy cruzando está en las putas ventanas!!. Me dan ganas de pedirles que saquen las palomitas. Qué voy a esperar. La vida es un asco, y aquí en los altos barrios pasa esto ¿cada cuanto? ¿¿Cinco, seis minutos??
He de salir de este lugar.
Tuerzo otra vez. ¡Mierda!
Ese ha estado cerca.
El sonido de sus respiraciones está a pocos metros de mí. ¡Maldita! ¡¡Maldita sea!! En cuanto salga de esta, voy a darle por el culo al estúpido de Bill.
El tiempo va cayendo. Lo noto. Mi tiempo se esfuma. Mi corazón está a mil por hora, y tengo una mezcla de desesperación absoluta y adrenalina en vena. ¡Joder!
¿¿Esto es lo que necesitaba para sentirme vivo??
Miro hacia atrás. Veo la sonrisa del rubio. El moreno ni siquiera tiene boca. No tenían otros engendros que mandarme nooooo. Tenían que ser dos jodidos psicópatas mutados armados hasta los dientes.
Vale, vale. Piensa. Rápido.
Los callejones ya han desaparecido, no hay un puto lugar donde esconderme. La explanada de las fábricas, está casi totalmente desierta.
A unos veinte, está el único edificio que queda en pie. Unas ruinas de lo que fue la acería siglos atrás.
Los tipos han descargado ya dos cargadores. Si no me hubiera chutado hasta las cejas, quizás sentiría los dos balazos del principio en plena espalda.
No veo nada. Tengo los ojos nublados. Y el cuerpo me duele de forma exagerada. No voy a llegar a las ruinas. No puedo correr más…
No voy a llegar. ¡¡NO VOY A LLEGAR!!
Los tipos están a casi la misma distancia que la acería para mí. Probablemente menos.
Sigo corriendo aunque disminuyo algo la velocidad. Necesito algo de precisión o me desangro vivo antes de que ese par me eche el guante. Meto la mano en el otro bolsillo. Saco una funda negra. Saco de ella mi katar de la suerte. Mi katar de quince centímetros de buena suerte.
Me quito sin dejar de correr la camiseta de "The Dice Man" negra a toda ostia, y la tiro a un lado. Pinto con su filo sobre mi pecho una diana, donde el centro es el corazón.
Me empiezo a reír como un loco. De mi padre borracho, de la sonrisa de la puta de mi madre antes de abandonarnos, de los bastardos que me pegaban en parvulitos, y más tarde en el instituto y luego en la vida misma. De las pocas tías a las que me tiré –y drogué-, del cabrón de Bill y hasta de la bruja de la casera. Y sí. Me doy la vuelta. ¡Hasta de vosotros pedazo bastardos! Se quedan bloqueados breves instantes y siguen corriendo hacia mí sonriendo. Uno. Saco de la espalda mi pistola, con dos únicas balas, llevando el katar en la otra mano, y salgo corriendo hacia ellos. Gritando. La presión me ciega y me ensordece, y todo se vuelve turbio. La rabia golpea mi cuerpo, y creo que un par de balas más. Es hora de lanzar los dados.
Ya están a un metro de mí. Clavo la hoja en el centro de la diana, siento como el metal se lleva rápidamente mi vida, y con rapidez inhumana, en escasos milisegundos, un par de balas se alojan en las cabezas de esos dos, bañándome la cara y el pecho con trozos de sus sesos.
Mi risa histérica inunda el solar, y luego sólo queda la oscuridad.

The Dice Man

"Jóven, varón blanco de unos treintaitantos, muere en la veintitrés, con todos los sesos desparramados por la acera. El motivo se desconoce, seguramente tráfico de drogas y/o sexo".

"Sí, joder, pero no son los míos……."

No hay comentarios: