jueves, 26 de agosto de 2010

Vampiro Edad Oscura. Crónica de Fátima Giaccomi.


Nací en en el seno de una familia noble del norte de Italia. En un pueblecito lleno de carisma, colores intensos y recogimiento. Sassuolo en Módena. Desde que nací, ya tenía el guión preparado. Mi hermano mayor fue diferente. Para él tenían otros planes, un poco menos estipulados. Pero yo debía dar ejemplo. Así que viví una vida llena de horarios, que tanto me han ayudado hoy en día. Agradezco la educación que recibí. Me hubiera gustado que fuera más extensa. Y menos dirigida a la religión. Al menos una comparativa no me hubiera venido mal hoy en día. Pero es lo que tiene nacer en el seno de una familia ultraconservadora, y ultra católica. Mi vida era apacible. Demasiado.. Un día de rutina podía ser levantarse temprano, desayunar en el porche de casa, mientras nos preparábamos para ir al oficio de las ocho de la mañana, y terminar en confesión con el padre Augusto, relatándole cada acción realizada, fuera pecaminosa o no, cada pensamiento, cada duda, cada mirada de recelo, para poder ganar la absolución de tamañas ofensas a nuestro Señor. Primero iba mi padre, recuerdo que mientras pasábamos cada uno, el resto nos quedábamos preparándonos para recordar reclinados ante el altar, todo de lo que le íbamos a confesar. Según fueron pasando los años, recuerdo que se me hacía más vergonzoso pasar por su mirada penetrante. Aunque bien es cierto, que todos los Giaccomo, padre, madre, hijo e hija, estábamos a su cargo, a partir de que mi hermano cumplió los dieciséis, dejó de pasar por esas tutorías con el padre Augusto. Nos acompañaba al oficio, y tan pronto como daba la llamada para retirarse, besaba a madre y a mi en la mejilla, y salía vete a saber a dónde. Notaba el suspiro que daba, tras despedirse de nosotras, sintiendo la mirada que se clavaba en él por parte de nuestro confesor. Nadie hablaba de ello. Ni entre nosotros, ni con el padre. Era un hecho que sucedía así, y nadie decía nada más. Era suficiente. Pero no para mí. Al mismo tiempo, comenzó a adiestrarme por las mañanas, mientras padre y madre salían. Me dijo que así lograría una mejor agilidad a la hora practicar el esgrima, en el que tan poco sobresalía. Nunca supe de dónde había adquirido él semejantes conocimientos, y me cuidé muy mucho de no hablar de nuestros entrenamientos con nadie. A parte de aprender a defenderme, me enseñó a disparar, y el manejo de su daga. Un arma tan preciosa, que parecía pecado sostenerla. La cabeza se parecía a algunos de los dibujos de cabras que representaban al Demonio en el sagrado libro. Con un rubí rojo a cada lado a modo de ojos. Me la dejaba únicamente en la s prácticas con el muñeco de paja. Nada más terminaba la envolvía en una tela de terciopelo negro y la ocultaba entre sus ropas.....
A medida que fui creciendo las conversaciones con el padre Augusto, se tornaron más densas e inquisitorias. Como si fueran pequeñas pruebas. Me sentía estudiada en cada momento a través del pequeño ventanuco por el que me observaba. Las últimas noches, cercanas a mi decimosexto cumpleaños, comencé a sufrir de pesadillas en las que el padre Augusto me mostraba su verdadera esencia. Pero no tardaba en olvidarlo tan pronto como el alba acontecía. No así la sensación de angustia, y terror ante algo que escapaba a mi conocimiento. Una de esas noches, noté que la habitación donde dormía mi hermano estaba débilmente iluminada. Creí oír un par de voces. Parecían madre y él. Algo me hizo acercarme de forma precavida, intentando percibir qué había allí. La puerta estaba entreabierta. Pegándome en la pared miré de soslayo a través de la abertura. ....
- Todavía vais a seguir con todo esto? No es suficiente el diezmo que les pagáis para comprar una parcela en el paraíso? Ni tan siquiera, lo que “yo” hago para ellos?. ....
- Baja la voz Enzo! Sabías que debíamos entregar un hijo a la iglesia. Y bien sabe Dios que el Altísimo prefiere varones en su Reino. Pero te nos revelaste! ....
- Ya estoy pagando mi parte. Vos no sabéis lo que los amigos del padre hacen con los muchachos y muchachas que yo le entrego. Si supierais lo más mínimo de lo que......
- ¡Ya basta! Si hubiéramos sabido padre y yo lo que nos sobrevenía contigo.. ....
- Madre! –la mirada de Enzo se encontró con la mía. Por primera vez vi todo el dolor y la culpa que anidaban en su alma. Y sentí miedo. Ira contenida. Se recuperó rápidamente. Y como si hablara con madre, que estaba de espaldas a la puerta, sin apartar su mirada de mí, sentenció- Si Fátima fuera lista, no volvería a entrometerse en los asuntos del confesor. Ni el poder, ni la supuesta libertad, ni tan siquiera la inmortalidad divina es tan magnífica como para convertirte en un monstruo como lo es él mismo!-.....
Su enfurecida mirada me aterró. Salí despavorida a mi habitación y cubriéndome con las mantas intenté calmar mi corazón y mi mente que repiqueteaba como un tambor descontrolado. Sin saber cómo procesar todo lo que había oído. Me hice un ovillo y temblé al tener una clara conciencia de que algo horrendo, iba a pasar cuando dentro de dos días, iba a acontecer mi decimosexto cumpleaños. ....
Al despertar sentí todo mi cuerpo dolorido, al igual que mi mente. Me desperté como cada mañana para ir al oficio. Había sobre la silla un vestido de color carmesí oscuro. Dudé y aunque me resultó atrayente, padre y madre nunca dejaba que fuéramos a la casa del Señor con tan ostentoso color. Los colores oscuros y discretos agradaban al Señor. Sin embargo los rojizos, bueno, todos sabemos qué clase de mujeres llevaban tales vestidos. Me lo puse y ví los cambios que había realizado mi cuerpo. Ya pronto iba a tener dieciséis años. Ya era casi una mujer. Me giré al notar una presencia en la puerta. Enzo me miraba con una expresión de terror absoluto. Murmuró algunas palabras que no supe interpretar y se marchó corriendo.....
Bajé con padre y madre, que me miraban de forma extraña. Mezcla de culpa y orgullo. Padre no me miró a los ojos en ningún momento. Madre me abrazó y dijo algo de la salvación de la familia y de lo orgullosa que iba a estar de todas las bondades que llevaría a cabo.....
- ¿Y Enzo?....
- Hoy Enzo no vendrá al oficio –exlamó rotundo padre. Y no hubo lugar a más preguntas-.....
El oficio de esa mañana trataba del sacrificio y de la redención del Señor. De puertas del Cielo que se abrían y alejaban la paja del grano. De los que serían salvados y los que caerían en el Infierno más cruendo y espantoso. Noté que el Padre Augusto hablaba especialmente para mí. Y sentí que todo comenzaba a dar vueltas dentro de mi cabeza. ....
- Podéis ir en Paz.....
El oficio había acabado. Padre, madre y yo nos deslizamos a través del altar, hacia el confesionario. Esta vez el Padre Augusto salió a nuestro encuentro. ....
- Queridos hijos míos. Hoy no tendré tiempo para vosotros, lamentándolo mucho. El Señor es en ocasiones tan críptico que nos impulsa a romper la rutina e ir en busca del que nos necesita en realidad. Valentine y Andrea Giaccomo, hoy os absuelvo de confesión, pero haré una excepción con nuestra querida Fátima. Hoy la confesión contigo, será al caer la noche. Ya que está tan próximo tu cumpleaños, es necesario de una preparación especial. Nuestro Rey Señor así lo desea. Vuelve pues al anochecer, Fátima, te estaré esperando.....
La noche empezaba a caer. Bajé en busca de padre o madre y resultó que aún no habían vuelto. Encontré una nota en la que madre ponía que fuera a la cita con el Padre y que Enzo me acompañaría hasta la puerta y esperaría fuera para recogerme.....
Busqué a Enzo por toda la casa y no estaba. No era normal que yo saliera sóla. Jamás lo había hecho. Pero no debía desobedecer, y menos aún cuando se trataba del Padre. Me puse sobre el vestido carmesí una capucha negra para guarecerme de la lluvia, que empezaba a caer con bastante constancia. Me persigné justo antes de salir y comencé a andar. No me crucé con nadie hasta allí. Cada paso que daba más inquieta me ponía. Llegué a la Iglesia. Entré por una puerta pequeña evitando la entrada principal, por cobardía. Me acerqué mezclándome entre las sombras y les vi.....
Enzo y el Padre. Enzo estaba sentado en el confesionario. Hablaba bastante alto, gesticulando. Me acerqué lentamente. Cuanto más cerca, más escuchaba la tirantez con la que le hablaba al Padre. El Padre Augusto me detectó primero….....
.. ..
EL ABRAZO....
Enzo y el Padre. Enzo estaba sentado en el confesionario. Hablaba bastante algo, gesticulando. Me acerqué lentamente. Cuanto más cerca, más escuchaba la tirantez con la que le hablaba al Padre. El Padre Enzo me detectó primero. Noté en su mirada un brillo rojizo intenso que me hizo palidecer. Casi al tiempo Enzo me vio. Su mirada de terror desorbitada. Todo pasó muy deprisa. El Padre susurró unas tranquilizadoras palabras a Enzo al oído, pidiéndole que esperara fuera mientras hablábamos Él y yo. Como aletargado salió sin mirarme al pasar por mi lado.....
- Mi querida Fátima. Pasa hija mía. Quítate la capa, aquí no llueve. –Su emotividad me sorprendió, ya que siempre se había mostrado seco y frío conmigo. Lo hice, dejé la capa sobre uno de los bancos cercanos. Su mirada se clavó en mi vestido.....
- Lo .. siento, no debí venir con una prenda de este color yo......
- Es el apropiado. Yo lo hice llegar a tu madre, como referencia especial a tu cumpleaños.....
Quede boquiabierta.....
-Pasa. ....
Entré en el confesionario. Me arrodillé y él hizo lo propio en su lado. Esta vez me escrutaba directamente. Sin máscaras. Su mirada intensa y roja hacía que ardiera mi piel y acongojara mi alma. ....
-Fátima..-jadeó más que susurró- has sido mi mayor obra. Cincelada por mí desde tu tierna infancia. Niña de ojos negros e inquietos. Siempre cuestionando cada palabra, cada matiz. Siempre fuiste una niña inteligente. No como la mayoría de estos paletos que me miran con sus ojos de vaca, sonriendo cuando creen que deben, sin saber nada de nada. No como tú. He visto cómo has crecido, cómo tu pudor y tu renuencia a contarme ciertas cosas, poco puras, para una jovencita de tu edad. Y cómo lo ha hecho parejo tu orgullo. Siempre he quiero una “hija” como tú. Ambicionas poder y sabiduría. Y por supuesto, como te he moldeado, anhelas a tu Dios. ¿Verdad, hija mía? Dime.. anhelas a tu Dios..?....
- Si.. lo.. anhelo –dije como en trance-.....
- Ven.. siéntate en mis rodillas. ....
Sin saber lo que hacía, fui hasta su pequeño receptáculo y me senté sobre él.....
-Padre yo.. no se si así......
- Shh.. Mírame a los ojos Fátima. ¿Qué ves?....
- A mi Dios. Poder. Conocimiento......
- Y algo más.. Inmortalidad. ¿Deseas envejecer, pudrirte, sin saber lo que hay más allá del velo? ¿Sentir a medias? ¿Deseas servir a Dios en cuerpo y alma? ¿Deseas servirme a mí, que soy el caudillo de tu Dios?.. ¿De nuestro Dios?....
- Si......
Todo se volvió intenso. Noté un dolor intensísimo en el cuello donde sus colmillos se habían clavado y en mi cintura, donde me aferraba como si en cualquier momento pudiera deshacerme de su abrazo. Estaba soldada a él. Y notaba como mi vida se me escapaba entre sus labios. Todo se volvía negro y notaba como mi vida se acababa al fin.....
Medio inconsciente, percibí su sombra de pie a mi lado. Estaba tirada sobre el altar en el que tantas veces le había visto orar. Estaba húmedo. De mi sangre esparcida por él. La cabeza me daba vueltas. Sólo oía su voz y distinguía su hábito.....
- ¡Dime Fátima! ¿¿¿Deseas servir a Dios en cuerpo y alma??? –Chilló-....
- Sí…....
- ¿¿¿Deseas servir a Dios en cuerpo y alma???....
- Si…....
- ¿¿Deseas servirme a mí??....
- Si......
- ¡¡Júralo!! ¡Júralo por esta cruz! ¡Por tu familia! ¡¡Por tu alma inmortal!!....
- Lo.. juro.. lo juro… yo.. Fátima Giaccomo juro.. servirte......
Se abalanzo sobre mí y tras morder su muñeca la puso en mi boca. Su sangre caliente se deslizó dentro de mí, mientras la vida volvía a mí. Comencé a convulsionarme debajo de él, su sangre me quemaba, hacía que ardiera, y que muriera y viviera al mismo tiempo. Repulsa y adicción entremezclándose. Mis sentidos morían, y otros se avivaban con mayor fuerza. Mi necesidad hacía que me aferrase a él como si fuera la única persona capaz de salvarme. Y mientras toda mi existencia moría y vivía, él susurraba a mi oído un salmo extasiante de agradecimiento y dicha a nuestro Señor Dios.....
.. ..
La No- Vida....
Nada era como yo imaginaba. Mi salvación no era tal. Yo mataba para no morir. Gente inocente. Y era algo sucio y a la vez tan extasiante que el concepto de pecado comenzó a asolar mi mente. Era algo sucio, igual que una rata. Escondiéndonos para cazar. Como dos segadores de almas, para nuestro Dios. Y por más que el padre Augusto decía ser un mensajero de Dios, y yo a mi vez también me estaba convirtiendo en su caudilla, cada paso que daba detrás de él, más me alejaba del amor de Dios. Y de su perdón. No pude volver a mi casa. Aunque mi familia ya debió saberlo. Debió saber que me enviaban a las garras del Diablo. No volví a verles, salvo los días de oficio. Yo les observaba desde detrás de un cuadro en la pared que había justo detrás del altar. Desde el que como me enteré después, el padre Augusto observaba a su congregación, deleitándose en sus placeres oscuros. Mi relación con él era una pesadilla, era su chiquilla, su compañera de caza, su oyente de confesión, y su consorte. Y por supuesto era su daga. Segando las vidas de quienes no convenían a Dios. Aceptaba resignada su ira y su amor. E iba a hacerlo por toda la eternidad, como penitencia autoimpuesta por lo que me había convertido. Porque a toda costa, lo único que deseaba más que mi bienestar en esta no vida, era el perdón y el amor de Dios. Era lo único que me mantenía en pie. Pero no a costa de lo que vi aquella noche.....
Tras un año de mi conversión, no había vuelto a ver a Enzo. Y esa noche, mientras yo iba a cazar, el padre Augusto, iba a sus confesiones de cada noche. Esa noche sentí algo. Algo en su mirada que me hizo ver que algo iba muy mal. Me abstuve de alimentarme y le seguí. Por la puerta en la que la noche de mi conversión entré, aparecieron un grupo de gente. Varios hombres, otras tantas mujeres y un par de niñas asustadas. Alguien con capucha les había traído ante él. Gracias a mi nueva visión le ví. Enzo.. Él era quien le proporcionaba comida y diversión. El padre siempre me decía que sólo se alimentaba de pecadores y maleantes. Y ante mí veía a unos hombres y mujeres humildes y a dos niñas que nada podría conocer del pecado. Nunca había sentido este sentimiento. Mucho podría parecerse a la ira de cuando era humana, pero ni punto de comparación con la intensidad de lo que me hacía casi convulsionarme. Noté como la debilidad de no haberme alimentado hacía que el Diablo que siempre pugnaba para alimentarme se hallara descontrolado. Me así a la pared intentando contenerme. ....
- Cómo está Fátima? Dijiste que podría verla si seguía con todo esto.....
- Ahora no.....
Mientras se acercaba sibilinamente a una de las niñas asustadas, Enzo se le interpuso. Noté su mirada roja volverse más intensa.....
- Apártate. No me hagas volver a probar la sangre de tu familia otra vez......
- Déjalas. Si las tocas les diré a todos el verdadero diablo que se esconde en ti.....
- Osas amenazarme, Enzo?? ¿Qué crees que dirían al conocer quien me proporcionaba mi alimento? ¿Qué crees que os harían a ti y a tus padres? ¿Qué crees que le haría yo a Fátima?....
En ese momento todo fue confuso. Enzo intentó saltar sobre él pero era él quien estaba bajo el cuerpo del padre. El diablo me poseyó. Salté sobre él y todo el dolor, la culpa y la rabia infinita, la descargué sobre el cuerpo de mi maestro. Despedacé su cuerpo y sacie el dolor y la sed con su maldita sangre. Tras eso en mi estado de locura enfebrecida, salí tras los humanos que mi hermano había traído y me obligué a matarles grabándome sus caras en mi memoria. No me permití beber de ellos. O más bien ya estaba saciada. Su sangre era tan .. extasiante que había encontrado un vigor y una fuerza aún mayor que con cualquier humano que hubiera probado antes. Y me encantó. Cuando volví encontré a mi hermano en el suelo llorando. Su mirada llena de temor y asco me golpeó hondo y huí. Nunca volvería a verles. Y antes de abandonar la iglesia me obligué a mirar al Cristo que estaba clavado con mirada condescendiente en la pared. Y a parte de la culpa que sentía dentro, también sentí resentimiento. Y juré que si este era mi Dios salvador, jamás hubiera permitido crear al que fue mi sire, ni al demonio que ahora tenía ante sí, mirándolo con fiereza.....


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