domingo, 22 de noviembre de 2015

El plato que se sirve frío



27 de Octubre de 2047.
Cárcel Neo Alcatraz 9 pm de la noche.
La presa número 19703 es sacada de su celda en la penitenciaría de mujeres de San Francisco. Ha concluido el horario de visitas  y es la primera que recibe en el medio año que lleva allí.
Un guardia la custodia a una sala privada, en la que un oriental de mediana edad trajeado la espera sentado ante una mesa. Se da cuenta de que las cámaras de seguridad parecen estar apagadas, en el momento en el que el guardia abandona la sala.
Sobre la mesa hay un modelo holográfico de última generación de la marca japonesa Unitec.
Frunciendo el ceño, la mujer se gira para volver a esconderse en el agujero del que la habían sacado. El hombre pulsa el botón y la imagen holográfica del Señor Kiyoshi aparece frente a ella.  Elegante y trajeado, como la única vez que le había visto. Sentado sobre una mesa de despacho, en una postura relajada y con una copa en su mano.
- Señorita Walker, antes de que concluya nuestra “comunicación”, quería disculparme enormemente por los daños causados a su persona. Respondiendo a la pregunta que presumo debe tener instaurada ya como un mantra en su cerebro, la respuesta es no. No ha sido nada personal. Usted ha sido el medio para llevar toda la operación a cabo, pero podría haber sido otra persona. Ha sido fruto de la mala fortuna que finalmente haya sido usted la seleccionada. Supongo que siente que Unitec a través de mí, ha sido la causante de su caída social y personal, pero por eso estoy ahora en su agradable compañía.  –Deleitándose brevemente en su bebida continúa-. Quiero resarcirla por el beneficio que nos ha causado. La estocada maestra a Overlooker, con la presunta presencia de un topo nuestro en su férrea sede, nos ha posicionado por encima de la que era nuestra mayor competidora. –Dejando la bebida a un lado sobre la mesa e incorporándose para enfatizar sus palabras prosigue-. Lo que le ofrezco es volver a empezar. Unitec se hará cargo de su deuda millonaria por el tratamiento de su tío, que en paz descanse, la sacaré del cuchitril en el que se encuentra y le ofrezco un lugar en mi empresa. No es caridad. Tenerla en nuestro bando es algo totalmente egoísta. Usted es el símbolo que quiero agitar día tras día entre mis subordinados. No hay mayor motivación que la presencia constante de un estandarte de victoria. No desmerezco tampoco su valía como activo, ni por supuesto toda la información que puede aportarnos, que nos hará más sabios y que nos dará cuantiosa ventaja frente a Overlooker. Tampoco voy a engatusarla con falsas promesas de índole personal, yo no deseo jugar la misma baza que su anterior superior..aunque he de decir que no me desgradó tener que interaccionar con usted para perpetrar el ardiz. Lo que le ofrezco es simple y llánamente la exquisita promesa de la venganza. Y antes de que me entregue a través del Señor Kirasawa su respuesta, he querido obsequiarle con algo. Unas esclarecedoras imágenes que me parecen justo que conozca antes de tomar ninguna decisión.
Advertirle también que aunque llegue a formar parte de Unitec, a ojos de sus integrantes será usted una persona de la peor calaña, una trabajadora desleal. Característica totalmente reprochable dentro de la familia Unitec. Me parecía de recibo advertírselo. Más la alternativa que le brindo bien merecen un par de escollos que solventar. Le dejo con su pequeño aliciente para la toma de decisiones señorita Wallker. Cuídese.
Cuando la imagen del señor Kiyoshi desapareció, comenzó lo que a Leah le pareció un collage macabro. Imágenes de su expulsión de Overlooker esposada como si de una criminal se tratase. Las miradas acusatorias de sus compañeros, sus cuchicheos mientras se la llevaban sin darle siquiera la posibilidad de recoger sus escasas pertenencias. No sabía cómo Unitec podría haber accedido a esos momentos, ni cómo había conseguido lo que ahora el holograma reflejaba. Fragmentos de conversaciones en Overlooker, en los días posteriores a su encarcelamiento. Conversaciones en las que sus propios compañeros la tachaban de ladrona, de mentirosa, de prostituta y de oportunista. No fueron esos sin embargo los comentarios que más le dolieron. Ni siquiera la falta de escepticismo ante lo ocurrido que manifestaron los que entonces fueran sus “cercanos” allí. Con los que convivía a diario en la medida que “el gran hermano” les permitía. Lo que la dejó sin aliento postrada en el suelo de aquella celda, fueron las palabras del que otrora fuera su amante. Su jefe, el señor Jürgen Westermann, riéndose de su fortuna, mientras le metía los dedos entre las piernas a su secretaria Morrison.

Cuando la transmisión cesó, se quedó jadeante mirando si ver. Y mientras las lágrimas quemaban su piel, decidió que hasta su último hálito de vida lo emplearía en hacerles caer.

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