27 de Octubre de 2047.
Cárcel Neo Alcatraz 9 pm de la noche.
La presa número 19703 es sacada de su celda en la penitenciaría
de mujeres de San Francisco. Ha concluido el horario de visitas y es la primera que recibe en el medio año que
lleva allí.
Un guardia la custodia a una sala privada, en la que un
oriental de mediana edad trajeado la espera sentado ante una mesa. Se da cuenta
de que las cámaras de seguridad parecen estar apagadas, en el momento en el que
el guardia abandona la sala.
Sobre la mesa hay un modelo holográfico de última generación
de la marca japonesa Unitec.
Frunciendo el ceño, la mujer se gira para volver a
esconderse en el agujero del que la habían sacado. El hombre pulsa el botón y
la imagen holográfica del Señor Kiyoshi aparece frente a ella. Elegante y trajeado, como la única vez que le
había visto. Sentado sobre una mesa de despacho, en una postura relajada y con
una copa en su mano.
- Señorita Walker, antes de que concluya nuestra
“comunicación”, quería disculparme enormemente por los daños causados a su
persona. Respondiendo a la pregunta que presumo debe tener instaurada ya como
un mantra en su cerebro, la respuesta es no. No ha sido nada personal. Usted ha
sido el medio para llevar toda la operación a cabo, pero podría haber sido otra
persona. Ha sido fruto de la mala fortuna que finalmente haya sido usted la
seleccionada. Supongo que siente que Unitec a través de mí, ha sido la causante
de su caída social y personal, pero por eso estoy ahora en su agradable
compañía. –Deleitándose brevemente en su
bebida continúa-. Quiero resarcirla por el beneficio que nos ha causado. La
estocada maestra a Overlooker, con la presunta presencia de un topo nuestro en
su férrea sede, nos ha posicionado por encima de la que era nuestra mayor
competidora. –Dejando la bebida a un lado sobre la mesa e incorporándose para
enfatizar sus palabras prosigue-. Lo que le ofrezco es volver a empezar. Unitec
se hará cargo de su deuda millonaria por el tratamiento de su tío, que en paz
descanse, la sacaré del cuchitril en el que se encuentra y le ofrezco un lugar
en mi empresa. No es caridad. Tenerla en nuestro bando es algo totalmente
egoísta. Usted es el símbolo que quiero agitar día tras día entre mis
subordinados. No hay mayor motivación que la presencia constante de un
estandarte de victoria. No desmerezco tampoco su valía como activo, ni por
supuesto toda la información que puede aportarnos, que nos hará más sabios y que nos dará cuantiosa ventaja frente a Overlooker. Tampoco voy a engatusarla
con falsas promesas de índole personal, yo no deseo jugar la misma baza que su
anterior superior..aunque he de decir que no me desgradó tener que
interaccionar con usted para perpetrar el ardiz. Lo que le ofrezco es simple y
llánamente la exquisita promesa de la venganza. Y antes de que me entregue a
través del Señor Kirasawa su respuesta, he querido obsequiarle con algo. Unas
esclarecedoras imágenes que me parecen justo que conozca antes de tomar ninguna
decisión.
Advertirle también que aunque llegue a formar parte de
Unitec, a ojos de sus integrantes será usted una persona de la peor calaña, una
trabajadora desleal. Característica totalmente reprochable dentro de la familia
Unitec. Me parecía de recibo advertírselo. Más la alternativa que le brindo
bien merecen un par de escollos que solventar. Le dejo con su pequeño aliciente
para la toma de decisiones señorita Wallker. Cuídese.
Cuando la imagen del señor Kiyoshi desapareció, comenzó lo
que a Leah le pareció un collage macabro. Imágenes de su expulsión de
Overlooker esposada como si de una criminal se tratase. Las miradas acusatorias
de sus compañeros, sus cuchicheos mientras se la llevaban sin darle siquiera la
posibilidad de recoger sus escasas pertenencias. No sabía cómo Unitec podría
haber accedido a esos momentos, ni cómo había conseguido lo que ahora el
holograma reflejaba. Fragmentos de conversaciones en Overlooker, en los días
posteriores a su encarcelamiento. Conversaciones en las que sus propios
compañeros la tachaban de ladrona, de mentirosa, de prostituta y de
oportunista. No fueron esos sin embargo los comentarios que más le dolieron. Ni
siquiera la falta de escepticismo ante lo ocurrido que manifestaron los que entonces
fueran sus “cercanos” allí. Con los que convivía a diario en la medida que “el
gran hermano” les permitía. Lo que la dejó sin aliento postrada en el suelo de
aquella celda, fueron las palabras del que otrora fuera su amante. Su jefe, el
señor Jürgen Westermann, riéndose de su fortuna, mientras le metía los dedos entre
las piernas a su secretaria Morrison.
Cuando la transmisión cesó, se quedó jadeante mirando si
ver. Y mientras las lágrimas quemaban su piel, decidió que hasta su último
hálito de vida lo emplearía en hacerles caer.
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