lunes, 8 de abril de 2013

Furia en las sombras de Sodoma




La aguja rasga en el tocadiscos al tiempo que la jeringuilla penetra en la vena.
El mundo comienza a girar enloquecido bajo las luces neón de la ciudad, cuando el ácido de la supervivencia, a partir de la madrugada, mientras la moral duerme hace
que el raciocinio se empeñe en pagar la siguiente ronda. La razón, esa hija de puta.
Arranco con los dientes la goma que he utilizado para hacer aflorar la tímida vena de mi brazo izquierdo.
Escupo bilis y voluntad. El callejón está desierto, pero no por mucho tiempo vagaré a solas.
"Demon´s Fate" parece un gran antro para correrse en pos de la libertad.
Los rasgos de personalidad se han agrietado y entumecido como consideración al veneno que ahora
recorre mi cuerpo y se va formando otra cosa bien distinta.
El rugido del ángel caído, encaramado en la barra del bar clamando a su vez por su Dios caído.
El olor a sudor, ansiedad, miedo, deseo, del ambiente va acompasando cada movimiento cadente de mis caderas.
Dos ojos negros bien despiertos, y bien escrutadores buscan a la presa perfecta. Esa que haga relamer las entrañas
que tan hambrientas se contraen y se expanden, deglutiendo con predisposición morbosa.
El puto antro está totalmente abarrotado y abominablemente hueco.
Pérdida de tiempo. Un giro de tuercas, otro más. Y voilà. En la esquina opuesta otro par de ojos negros
brillan desafiando los míos. La sonrisa de su boca es igual de falaz y amenazadora que la mía.
No llega a subir más arriba, hasta el depredador que se asoma.
El local se agita, la chusma parece arrimarse para confraternizar carnalmente. Y un camino se abre
como en tiempos más bíblicos hiciera con Moisés. La marea roja se hace a ambos lados y mis tacones resuenan soeces
en pos de mi compás.
Una vez a escasos milímetros de su boca, el olor a cuero nos envuelve. O quizás sean mis muslos entorno a su torso.
Creí ser yo quien rasgó primero su cuello, quizás fuera él. Quizás la lujuria fue desatada por ambos al tiempo, como pasara hace tanto
tiempo en aquel mismo antro de aquella ciudad derruida llamada Sodoma. Sólo sé que acabé bañada con su sangre, relamiendo cada gota mientras
volvía a sumergirme en la privacidad de las calles, pensando que si Dios no castigaba a Hollywood Boulevard, le debía una disculpa muy seria a Sodoma y Gomorra.



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