La aguja rasga en el tocadiscos al
tiempo que la jeringuilla penetra en la vena.
El mundo comienza a girar enloquecido
bajo las luces neón de la ciudad, cuando el ácido de la
supervivencia, a partir de la madrugada, mientras la moral duerme
hace
que el raciocinio se empeñe en pagar
la siguiente ronda. La razón, esa hija de puta.
Arranco con los dientes la goma que he
utilizado para hacer aflorar la tímida vena de mi brazo izquierdo.
Escupo bilis y voluntad. El callejón
está desierto, pero no por mucho tiempo vagaré a solas.
"Demon´s Fate" parece
un gran antro para correrse en pos de la libertad.
Los rasgos de personalidad se han
agrietado y entumecido como consideración al veneno que ahora
recorre mi cuerpo y se va formando otra
cosa bien distinta.
El rugido del ángel caído, encaramado
en la barra del bar clamando a su vez por su Dios caído.
El olor a sudor, ansiedad, miedo,
deseo, del ambiente va acompasando cada movimiento cadente de mis
caderas.
Dos ojos negros bien despiertos, y bien
escrutadores buscan a la presa perfecta. Esa que haga relamer las
entrañas
que tan hambrientas se contraen y se
expanden, deglutiendo con predisposición morbosa.
El puto antro está totalmente
abarrotado y abominablemente hueco.
Pérdida de tiempo. Un giro de tuercas,
otro más. Y voilà. En la esquina opuesta otro par de ojos
negros
brillan desafiando los míos. La
sonrisa de su boca es igual de falaz y amenazadora que la mía.
No llega a subir más arriba, hasta el
depredador que se asoma.
El local se agita, la chusma parece
arrimarse para confraternizar carnalmente. Y un camino se abre
como en tiempos más bíblicos hiciera
con Moisés. La marea roja se hace a ambos lados y mis tacones
resuenan soeces
en pos de mi compás.
Una vez a escasos milímetros de su
boca, el olor a cuero nos envuelve. O quizás sean mis muslos entorno
a su torso.
Creí ser yo quien rasgó primero su
cuello, quizás fuera él. Quizás la lujuria fue desatada por ambos al
tiempo, como pasara hace tanto
tiempo en aquel mismo antro de aquella
ciudad derruida llamada Sodoma. Sólo sé que acabé bañada con su
sangre, relamiendo cada gota mientras
volvía a sumergirme en la privacidad
de las calles, pensando que si Dios no castigaba a Hollywood
Boulevard, le debía una disculpa muy seria a Sodoma y Gomorra.
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