martes, 7 de diciembre de 2010

Sombras


(Continuación de Interludio I )
Tras romper el sello, todo había cambiado.
La falta de conexión me hacía sentir como si estuviera coja, a la hora de ejecutar los trazos. Estaba torpe, y eso a pie de calle resultaba cuanto menos delicado. Dentro del Círculo las cosas no iban a resultar mejor. El haberme extralimitado con el enemigo, (por mucho tiempo de tregua) en el que nos halláramos, no era una excusa sólida. Ni para mí, ni mucho menos para ellos.
Sabía las consecuencias desde que me involucré. No podía negarlo. Y aún así acaté mis propias leyes, que podrían incurrir en el vacío. La sensación que sentí al imaginarlo fue tan intensa que me eché instintivamente hacia atrás. Inventarme excusas para no deshacerme emocionalmente era tener demasiadas concesiones para lo que había hecho. Tenía que evaluar la situación fríamente. Hasta dónde había comprometido a mi casa, y hasta dónde había vendido mi esencia.. No.. no podía ser así. Sólo me impliqué yo. Esa serpiente de Vincent no debió descubrirme.
Sabes de sobra que fue la Maestra la que le envió a por ti. No era propio de ti, que en el momento en que el Círculo y los Nihilems aparecieron en el peor momento posible, huyeras como una rata. Y menos que lo hicieras a través de la ilusión, como una vulgar prestidigitadora de barra.
Es cierto. El hecho de que no lo hiciera ella misma, ya denotó una declaración de intenciones ante el Círculo y los Nihilems. No estaba dándome caza. Por lo menos por ahora..
Había que ser prácticos.
Lo primero era destruir la carta que tenía en las manos.
Busqué en los cajones de la cocina un bol de cristal, la desmenucé concienzudamente, hasta quedar retazos minúsculos y la prendí fuego manualmente.
Después lo hice con el arte sobre las cenizas.
Ese era el final.
No había nada que quisiera preservar, así que dispuse de tiempo para eliminar cualquier rastro psíquico incriminativo que no debiera estar allí.
Eso me costó más de lo que debiera.
Una vez terminado, recogí el maletín de cuero marrón del suelo, lleno de libros de la maestra, que ahora me pesaba de forma intensa, y salí sin mirar atrás. Con la mano sellé la puerta como tenía costumbre de hacer cuando vivía allí. Me paré en seco brevemente pero continué mi salida.
Ellos sospecharían que no dejara ninguna barrera puesta.
No en una de sus alumnas más estructuradas.
Ese pensamiento fue el único que me hizo olvidar brevemente mi estado de inminente caos interior. Debía embutirme en el rol que había creado, antes de que la realidad me tirara por tierra, y me volviera a mover impunemente a través de ella.

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